Susy la Jirafita

Javier Bustamante


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Dedicado para Davileth, por ese frondoso árbol que vamos construyendo…  


 

 

Capítulos

 

Capítulo 1. Susy y los elefantes. 3

Capítulo 2. Los regaños de papá. 8

Capítulo 3. Susy quiere cantar. 13

Capítulo 4. Susy es castigada. 20

Capítulo 5. Susy y las hienas cochinas. 28

Capítulo 6. Susy tiene un nuevo amigo. 32

Capítulo 7. La mañana siguiente. 40

Capítulo 8. Entre huesos de elefante. 46

Capítulo 9. Una historia de ratones. 53

Capítulo 10. El rescate de Susy. 58

Capítulo 11. Susy y el elefantito grosero. 64

Capítulo 12. Deudas pagadas. 69

Capítulo 13. ¡Papá no está! 74

Capítulo 15. Papá y las hienas cochinas. 84

Capítulo 16. Las hojas del árbol de Susy. 89


 

Capítulo 1. Susy y los elefantes

 

Quien hubiera visto a Susy la Jirafita tomando el sol esa tarde de verano hubiera entendido por qué sus papás se sentían tan orgullosos de ella. Sus grandes ojos negros brillaban con la luz del sol y sus grandes manchas de color café, desparramadas sobre su cuerpo amarillo oscuro, resaltaban contra el verde intenso de la pradera arrancándole destellos de oro con la luz del sol. Era apenas la mitad de lo alto que eran sus papás, pero aún así era mucho más alta que cualquiera de los amigos que vivían con ellos ahí. Era sin duda, y no exagero, una linda jirafita. Su mejor amiga era una pequeña bebe hipopótamo que pasaba la mitad de sus tardes sumergida en el agua y la otra mitad haciéndole compañía a su amiga Susy. Su nombre era Cora.

 

Cora amaba mucho a su amiga, pero había veces en que Susy la hacía sentir muy mal porque se burlaba de ella, ya fuera porque tenía su cuerpo cubierto de lodo, especialmente cuando acababa de salir del río, o por su cuerpo demasiado gordo en comparación con la esbelta jirafa. A Cora le hubiera gustado haber sido como su amiga Susy aunque sabía que nunca podría tener un cuello tan largo o una piel tan bonita como su amiga, pero eso no la entristecía porque había muchas otras cosas que ella podía hacer y su amiga no.  Ella podía, por ejemplo, ver y platicar con los peces que se acercaban a ella cuando se hallaba debajo de la superficie del río, y podía retozar en el lodo sin que le molestara la sensación que le provocaba. Su amiga Susy no podía hacerlo porque su cuerpo no estaba hecho para que ella se pudiera meter tan profundamente en el agua y si tocaba el lodo, daba gritos y saltaba tratando de quitarse las manchas con desesperación un poquito teatral.  Aún así, ambas eran amigas y Cora nunca se había atrevido a decirle a Susy cuanto le molestaban sus comentarios.

 

 - Vamos a ver a los elefantes. – dijo Susy entusiasmada al ver a una manada de elefantes caminando lentamente por la orilla opuesta del río. Cora no alcanzaba a ver nada porque una cortina de arbustos no se lo permitía, pero su amiga si los podía ver.

 Vamos. Me gusta ver como se balancean como si estuvieran bailando. – dijo Cora.

- No, a mí me gusta ver como se agarran de la colita del que está enfrente. – dijo Susy dejando escapar una risa alegre y musical.

- Nada más no les vayas a sacar la lengua como la otra vez, ¿eh? – le dijo Cora a su amiga. Aún recordaba que la última vez que les habían visitado, Susy se había burlado de un elefantito imitando su manera de balancearse al caminar. El elefantito había barritado mostrando su molestia hacia Susy, y ella a su vez le había sacado su larga lengua. El elefantito empezó a llorar y su mamá le llamó la atención a ambas que corrieron alejándose del grupo de elefantes.

- No, te lo prometo amiga. – dijo Susy, sabiendo que sus promesas sólo duraban un poco más que el aleteo de sus largas pestañas. Uno de los mayores defectos que tenía nuestra pequeña jirafa, era que se la pasaba coleccionando promesas rotas.

 

- Está bien, vamos pues. – dijo Cora con resignación.

- ¿Puedo acompañarlas? – Se oyó una voz detrás de ellas. Era una cebra que se llamaba Severino pero que todos en la pradera le llamaban Rayas. Era un apodo muy poco útil porque hasta donde Severino sabía, todas las cebras tenían rayas así que el apodo no decía mucho mas de él. Era un chico algo ingenuo, aunque muy sensible y de muy nobles sentimientos.

 

En algunas ocasiones, para variar, Susy le gastaba bromas que él, en su ingenuidad, no alcanzaba a ver y cuando todos se reían de las ocurrencias, ni siquiera sabía exactamente porque lo hacían y se unía al grupo en sus carcajadas sólo por no dejar. A él le gustaba mucho ser amigo de Susy aunque ella siempre lo estuviera ignorando o haciendo bromas a sus costillas. Tal vez le hubiera gustado que ella fuera un poquito distinta pero aún así la aceptaba y le brindaba su amistad incondicional.

 

- Uuuy llegó el queso rallado. – dijo Susy alargando sus palabras mientras hacía un gesto teatral al voltear a ver a Rayas.

- ¿Puedo ir con ustedes? – Repitió Rayas.

- Claro que sí, amigo. – dijo Cora acercándose a él.

- Si prometes no rallar a los elefantes puedes ir… - Añadió Susy levantando sus largas pestañas hacia el cielo.

- Sí, sí, lo prometo. – dijo Rayas emocionado.

- Está bien, puedes venir. – Concedió Susy con su aire de altivez, como una princesa dándole una concesión a su súbdito.

Cuando llegaron a la orilla del río donde se hallaba bebiendo la manada de elefantes, Cora reconoció al pequeño que Susy había molestado la vez anterior. Supuso que habría problemas cuando el elefantito se acercó a su mamá y le susurró algo en el oído. Era muy sabido que los elefantes tienen una excelente memoria y si ella le recordaba, seguramente él las recordaba a ellas también. Mamá elefanta se acercó a donde se hallaba el trío admirando al grupo un poco más lejos de la orilla.

 

- ¿Eres tú esa jirafa grosera que se burló de mi hijito hace tiempo? – En el reino de los animales no existen los días ni las semanas ni los años como nosotros los conocemos, así que hace tiempo podía significar muchos o pocos días. La elefanta sólo quería regañar a quien se había atrevido a hacer llorar a su hijo.

- ¿Se refiere al saco de pulgas al que se le quedó pegada la manguera en la nariz?  - dijo Susy desafiante. Mamá elefanta se puso de todos colores antes de recuperar su color gris de nuevo.

- ¿Qué dijiste? – Barritó con evidente enojo.

- Eso que oyó. – dijo Susy. – Creo que en lugar de manguera debieron haberle comprado unas pompis. ¡Bola de grasa!

- ¡Ahora verás, muchachita insolente! – Gritó la elefanta muy enojada, mientras corría hacia donde se hallaba el grupo de amigos. Susy se fue retirando a medida que la elefanta se acercaba.

 

Aunque el miedo no anda en burro, en esta ocasión sólo se necesitó una cebra y Rayas acudió presto a defender a su amiga.

 

- ¿Por qué quiere lastimar a nuestra amiga? – Gritó poniéndose en medio de ambas. – Usted le dijo Jirafa grosera primero… - Rayas no había estado con ellas el día que Susy se había burlado del elefantito, pero creo que, aunque hubiera sido testigo, de cualquier manera, la habría defendido. La mamá elefanta le dijo:

- Apártate muchachito, esto no te interesa a ti. Ve a contarte las rayas allá en la llanura, ¿quieres? 

- No me las puedo contar todas, no me alcanzo a ver la colita. – dijo Rayas sin saber por qué la elefanta quería que se contara las rayas. No veía por qué podría tener interés ésto para ella. Volteó, desconcertado a ver a su par de amigas, que sólo le hicieron la seña de que se quedara callado.

- Vete cebra, no te estoy hablando a ti sino a esa chiquilla grosera que se burló de mi hijito y de mí.

 

- Déjeme en paz señora, métase con alguien de su tamaño. – Respondió Susy, ya muy enojada también. La elefanta era mucho más pesada que ella, pero en ese momento Susy no pensaba en eso, sólo quería hacer enojar a la mamá del pequeño elefante, quien se ocultaba bajo la protección de su madre en esos momentos, mirando a Susy de forma retadora.

- Si, déjela en paz, vieja gorda. – dijo Severino.

- Tú no te metas Rayas. – Gritó Susy a su amigo.

- ¿Qué les pasa a ustedes jovencitos? ¿Ya no saben respetar a sus mayores? – dijo ahora el papá del elefantito al escuchar todo el barullo.

 - Claro que si, siempre y cuando los mayores nos respeten a nosotros. – Respondió Susy.

 - Creo que es mejor que se vayan con sus papás y dejen de molestarnos. Nosotros sólo estaremos un ratito aquí y nos iremos.

 - ¡Pues que bueno que ya se van! ¿Quién quiere a unos latosos y feos elefantes cerca? – dijo Susy de nuevo a modo de despedida mientras se iba caminando al refugio donde se hallaban sus papás y su tío Jiralfonso.

 - Ya Susy, déjalos en paz. – Replicó Cora que se había quedado callada todo este tiempo. Quería a su amiga Susy, pero había veces que su lengua les metía en muchos aprietos y no precisamente por la forma en que la extendía para tomar las hojas de los árboles sino por las palabras que decía a quienes se metieran con ella.

- ¡Y ya no regreses, muchachita grosera! – dijo Mamá Elefanta aún molesta y barritando con rabia hacia donde Susy y sus amigos ya se alejaban.

 

Quien viera a Susy caminando con esa gracia por la pradera, con su largo cuello moviéndose al ritmo de sus pasos y escoltada por Rayas y por Cora no se hubiera imaginado que esa jirafita angelical podía ser grosera y maleducada. Todo aquel que no lo quisiera creer, le podría preguntar a la elefanta y a su pequeño hijo que se habían quedado temblando de ira porque Susy les había dicho que era una bola de grasa y que se le había quedado pegada la manguera. Susy debía aprender mucho acerca de las buenas costumbres y la buena convivencia en la vida tranquila de la pradera.

Capítulo 2. Los regaños de papá

 

Dicen que las mamás saben muchas cosas. Esto es muy cierto para casi todas las mamás y la de Susy no era la excepción. Ella sabía que algo estaba ocurriendo con su hija, quien apenas había mordisqueado las hojas que el tío Jiralfonso les había traído para cenar. Con su mirada fija en el sol que se iba escondiendo poco a poco como un enorme disco de luz roja lejos de la llanura, hacia donde se hallaban las tierras oscuras a las que todos sabían que no podían ir nunca porque estaba llena de peligros y de animales que no eran tan amistosos como sus amigos con los que vivían en ese lado de la pradera.

 

- Susy, hija… ¿Hay algo que me quieras contar? – dijo Carmen, la mamá de Susy acercándose a ella y restregándose sus pequeños cuernos en el largo cuello de su hija con ternura.

- No mamá, estoy bien. – dijo Susy sin dejar de mirar el atardecer.

- Creo que eso no es del todo cierto. Estás preocupada o molesta y me gustaría saber en qué puedo ayudarte.

- En nada Mami. De verdad no tengo nada. – dijo de nuevo Susy volteando finalmente a ver a su madre. De sus ojitos brillantes colgaba una pequeña lagrimita que no se animaba a rodar por sus mejillas aún.

- Mi chiquita. Estás llorando…

- No es nada. Sólo estoy un poquito… - No supo qué más decir.

 

No quería que su mamá se enterara de que había discutido con los elefantes, pero fuera de eso no tenía ningún otro motivo para estar triste. Cora su amiga no había peleado con ella, Severino no la había sacado de sus casillas hoy, el Tejón no se había desesperado con ella y hasta Tata la Rata la había dejado en paz durante todo el día. No había otro motivo para sus lágrimas que el pleito con la Elefanta que le había dicho niña grosera. Ella no había querido decirle eso a la Señora Elefanta, pero tampoco quería dejar que le dijeran grosera y no hacer ni decir nada. Sentía culpa y molestia y no sabía cuál de los dos sentimientos era más fuerte. Parecía que entre más pasaba el tiempo, el enojo se iba haciendo pequeñito pero la culpa iba creciendo y eso era lo que la hacía querer llorar.

 

- ¿Un poquito qué, Susy? – Insistió su mamá sin dejar que se escapara sin dar una explicación.

- Cosas, mami. Sólo cosas. – Respondió Susy evadiendo el tema.

- ¿No tendrá que ver con la discusión que tuviste con los elefantes esta tarde, hija?

- ¿Quién te lo dijo mamá? – Respingo Susy al verse descubierta. Por un momento fugaz pensó en todos los que estuvieron con ella en esos momentos y no pudo definir quien había sido él o la chismosa.

- Eso no importa, hija. Lo que importa es que te portaste mal con ese grupo de elefantes hoy y no es bueno que lo hagas. No sabes cuándo puedes llegar a necesitar de su ayu…

- Ellos empezaron mamá. Y yo no necesito la ayuda de unos elefantes que sólo saben decirme niña grosera y hacer esos soplidos con sus trompas grandes.  – dijo Susy en su defensa. El enojo que se le había ido haciendo chiquito empezaba a crecer de nuevo.

- Hija, entiende que lo que más importa de un pleito no es quién lo empieza sino quién lo termina. Podemos estar molestos por algo que nos pasa o que nos dicen, pero eso no nos da derecho a insultar a los demás sólo para desquitar nuestro enojo.

- Si tú lo dices mamá. – dijo Susy volteando a ver el sol de nuevo. Apenas quedaba un gajito de luz que se estaba desapareciendo poco a poco.

- No es si yo lo digo Susy. Es así porque eso nos ayuda a llevarnos bien con todos en la pradera.

- ¿Y para qué quiero llevarme bien yo con esos elefantes gordos y feos…

- Porque nuestra fuerza es estar juntos, Susy. Por eso. – dijo una voz gruesa y firme. Era su papá.

- Genial. – Susurró Susy casi para sí misma. - Ahora es el turno de papá de regañarme…

- Susy, entiende esto. Si no estamos en paz con las demás creaturas de la pradera, no podremos defendernos de los depredadores. ¿Sabes por qué ellos no vienen a atacarnos acá? – Preguntó Rafa, su papá y sin darle oportunidad a contestar a su hija continuó - porque estamos todos juntos y no se atreven a enfrentarnos cuando estamos unidos.

- Pero papá, ellos no son…

- Entiende esto hija, las hojas que cubren este árbol están unidas y eso hace que sean parte del árbol. Si estuvieran sueltas, sólo serían un tapete para el suelo y se secarían y acabarían desapareciendo muy pronto. Ellas están unidas al árbol y él las cuida porque todos son una misma cosa. Las hojas necesitan del árbol como el árbol necesita de las hojas, ¿entiendes?

- Creo que sí. – dijo Susy sin entender muy bien qué tenían que ver las hojas con lo que le había pasado esa tarde.

- Cada vez que tú te peleas con alguien, le vas quitando hojas a tu árbol y si no aprendes a llevarte bien con los demás te quedaras como el árbol que vimos hace tiempo…

- ¿El que no tenía hojas y estaba todo torcido?

- Si, como ése que dijiste que se veía horrible y no quisiste acercarte a él.

- Pero yo no soy un árbol papá, yo soy una jirafa…

- Lo sé, hija, lo sé, pero todos somos parte de algo mayor que nosotros mismos. Somos familia porque estamos unidos y eso nos hace fuertes, somos un grupo de animales en la pradera que hemos aprendido a convivir entre nosotros y protegernos y eso nos hace más fuertes aún.

- Si, pero yo no quiero a esos elefantes cerca de mí. Ellos no son ni mi familia ni quiero que me cuiden ni nada. Quiero que ya nunca estén cerca de mí. – Y sin esperar contestación de su padre, Susy se alejó hacia la orilla del río, que se mecía como una serpiente de luz que apenas alcanzaba a bañar el sol. 

 

El tío Jiralfonso, que se había mantenido callado durante toda la conversación, se acercó a su hermano Rafa y le dijo, en defensa de su sobrina,

 

- No deberíamos ser tan duros con Susy. Ella sólo está tratando de crecer y ser una jirafita linda.

- Si Jiralfonso, pero hay cosas que ella debe aprender en el camino. No porque sea bonita por fuera quiere decir que los demás deben aceptar las cosas que ella dice o hace mal.

- Pero es que la elefanta le dijo cosas a ella primero. Susy es linda cuando la tratan bien. ¿Recuerdas cuando le ayudó a cargar a los conejitos a un lugar seguro cuando empezó a llover? ¿O cuando rescató a la ratona metiche esa que se cayó en el río y se estaba ahogando?

- Si, lo recuerdo muy bien. No estoy diciendo que Susy sea mala. Es una niña muy linda, pero a veces no piensa en los demás y hiere sus sentimientos sin pensar. Yo sé que te duele que regañemos a Susy porque es tu sobrinita y la quieres mucho, pero es nuestro deber como papás el decirle cuando no está haciendo algo bien.

- Si, tienes razón, Rafa. ¿Me permites ir a hablar con ella?

- Claro hermano, adelante. – dijo Rafa y se alejó en dirección a su esposa para platicar con ella.

 

Jiralfonso se acercó a Susy, quien se había quedado muy quieta mirando el reflejo tembloroso de su carita triste en la superficie del río.

 

- Hola sobrina bonita. – dijo Jiralfonso.

- Hola tío. – susurró apenas Susy sin dejar de mirar el agua que, mansamente, corría por el río.

- ¿Estás triste pequeña? – preguntó el tío buscando la mirada de la jirafita.

- ¿Tú también me vas a regañar, tío? – dijo Susy con la cabecita agachada.

- No pequeña, yo no te voy a regañar, sólo quiero que no te sientas sola y triste. Entiende a tus papás, Susy. Ellos te dicen todo esto porque te quieren y quieren lo mejor para ti.

- Si, lo sé, pero ellos no entienden que los elefantes se portaron mal conmigo. Yo estaba muy tranquilita cuando…

- Vamos a dejar a los elefantes en paz, ¿quieres? – Le interrumpió Jiralfonso. – Ya hemos hablado bastante de ellos. Vamos a platicar ahora de tu amiguita Cora y de tu amigo cebra…

- Severino. – Aclaró Susy.

- Si, Susy… ese muchachito simpático.

- Es un latoso, tío. – Susy volteó finalmente a ver a su tío. Tenía los ojos aún brillantes. Había estado llorando.

- Pero igual te quiere mucho, ¿No?

- Si, pero a veces me desespera. Hoy la señora elefanta le dijo que se fuera a contar sus rayas a otro lado para que no se estuviera metiendo en el pleito y el pensó que se lo decía en serio. ¡Qué tonto! – Sonrió finalmente Susy y soltó un poco de su risa que tanto le gustaba a su tío Jiralfonso.

- No te burles así de tu amigo. El sólo quería defenderte…

- Ya lo sé, tío, pero sólo que me divierte lo ingenuo que es.

- ¿Y Cora?

- Cora es muy linda, aunque siempre anda toda llena de lodo. Es mi mejor amiga.

- ¿Y tú como la tratas a ella?

- Bien, Tío. Creo que bien… - Se quedó pensando en la ocasión en que le dijo que era una bola de lodo. Ella no se lo había dicho por insultarle, pero Cora se había puesto un poco triste. No recordaba si se había disculpado con ella aún por eso que había dicho, pero ya Cora no lo había vuelto a mencionar y ella tampoco por supuesto.

- ¿Crees?

- Bueno hay veces que si nos peleamos y eso, pero creo que casi siempre nos llevamos bien. Como te dije, somos las mejores amigas.

- Susy, te voy a decir algo que me dijeron tus abuelos hace mucho tiempo. Me dijo mi papá que la vida se trata de sembrar y cosechar. ¿Sabes lo que es eso? 

- No tío, creo que no lo sé. – dijo Susy muy poco interesada. Todo mundo la había sermoneado o regañado en el transcurso del día. Ya sólo faltaba que Tata la Rata le dijera que era una jirafa maleducada. Eso si sería divertido.

- Sembrar es cuando ponen unas cositas chiquitas que se llaman semillas dentro de la tierra y después de un tiempo, empieza a salir un árbol de la tierra, o una planta según la semilla que sembraste. Si tú siembras una semilla de este árbol grande y lleno de hojas tiernas, eso es lo que vas a recibir, si siembras un árbol que tiene puras espinas, también eso recibirás.

- ¿Y eso que tiene que ver conmigo, tío Jiralfonso?

- Mucho, pequeña. Nuestra vida es como el árbol, si sembramos amistad vamos a tener en cambio muchos amigos, si sembramos pleitos y envidias, hasta nuestros amigos que tenemos hoy los perderemos. ¿Entiendes lo que te quiero decir?

- Si, tío. Creo que si lo entiendo. Te prometo que ya no volveré a discutir con esos elefantes cabeza hueca para que no vaya a perder a mis amigos.

- Ay Susy… bueno, con que te portes bien y no te metas en problemas me conformo. Ya oscureció y es hora de que te vayas a dormir princesa. Tus papis te están esperando.

- Si tío, gracias y descansa tú también. – dijo Susy caminando hacia donde se hallaban sus padres.

 

A lo lejos, un búho cantó y las creaturas de la noche se despertaron con la luna. El sol se había ido ya de la pradera y la noche los arropó para que pudieran dormir tranquilos.

 


 

Capítulo 3. Susy quiere cantar

 

A pesar de que las jirafas se sienten orgullosas de sus largos cuellos, es bien sabido que esto mismo no les permite cantar bien. Como el aire que necesitan para mover su voz a través de su largo cuello no les es suficiente, no pueden mantener los sonidos altos por mucho tiempo. Nuestra amiga Susy estaba empeñada en cantar pues le parecía algo bonito y realmente admiraba el trinar de los pájaros por las mañanas.

 

- Me gusta ser jirafa porque veo todo tan pequeeeeeeeeeeeeee…. – Canto Susy con voz descompuesta al final de la última nota. Sus amigos no sabían si taparse los oídos o decirle que dejara de torturarlos de esa manera. Cora ya le había dicho anteriormente que tal vez ser cantante no iba a ser la vocación que debía seguir después de todo, pero Susy como casi siempre lo hacía, simplemente le había ignorado.

- Como si viera la vida desde el cieeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee…. – Jadeo – Necesito practicar más.

 

- Creo que, más bien, necesitas cambiar de afición. – dijo Cora por fin, mientras Severino la veía entre aliviado y preocupado por la reacción que pudiera tener su amiga.

- ¿De verdad no canto bien, amiga? – dijo Susy haciendo un gesto de tristeza con un puchero en su boca o lo que es lo mismo, “Cara de Jirafita triste activada”.

- Ya te lo dije amiga, no puedes cantar bien porque eres una jirafa…

- A mí sí me gusta cómo cantas. – Se oyó una voz a las espaldas de Cora. Era una voz chillona y ratonil. Era la voz de Tata.

 

Tata era una ratona que había llegado al grupo casi sin darse a notar. Por las tardes salía de su escondite y se quedaba viendo a todos los animales que convivían a la orilla del río, sin atreverse a hablar con ninguno de ellos. Era tímida y huraña, pues había visto muchas cosas malas en su vida ratonil antes de eso. Cosas que le habían pasado con animales que se burlaban de ella pues no tenía a sus papás. Tata tenía una profunda tristeza en su corazón, pero eso nadie lo sabía excepto quizá, Susy la jirafita. Los animales del grupo pronto se acostumbraron a su presencia como una decoración más de la orilla del río, como una piedra que movía sus ojitos inquietos de un lado a otro y agitaba los bigotes mientras veía a la vida deslizarse en el valle. Por alguna razón, le empezaron a nombrar como Tata la rata, a pesar de que les hacía saber que ella era, en realidad una ratona. Finalmente, un día se cansó de tratar de corregirlos y se resignó a adoptar ese nombre. Rata y ratona no hacía ninguna diferencia en un mundo en donde ella la única de una de las especies que se hallaba por ahí.

 

Un día todo cambió. Tata la rata se acercó a la orilla del río a beber agua justo en el momento en que algún depredador había ocasionado una desbandada de animales que se aproximaban a la orilla, hubo un gran revuelo a pesar de que no había signos de que los depredadores se hubieran acercado demasiado a ese santuario. Con inquietud, todos empezaron a moverse de ahí con tan mala suerte para Tata que Hipo, el hermano mayor de Cora, tumbó la piedra donde se hallaba y la ratona fue a dar con todo y piedra hasta el lecho del río. Aunque este era poco profundo y las aguas eran mansas, para un roedor de tan poco tamaño, aquello era como un océano que se la iba tragando poco a poco. Tata daba grandes chillidos y agitaba sus cortos brazos con desesperación, pero era inútil. Nadie la escuchaba y el río seguía hundiéndola en su interior. Cuando sus pequeños brazos se cansaron de luchar, Tata fue cayendo hasta el fondo del río, incapaz de moverse ni de respirar. Casi ni sintió cuando su cuerpo se posó débilmente sobre el fondo del lecho del río, ni cuando una larga lengua rodeó su cuerpo mojado y quieto. Sólo sintió cuando el aire entró de nueva cuenta a sus pulmones una vez que la jirafita la hubiera sacado del agua. Susy había visto cuando Tata cayó al río y aun cuando sintió el impulso de seguir corriendo como todos los demás, sintió también mucha compasión por el pequeño animal indefenso y, contra toda prudencia, se regresó y la rescató de una muerte segura. Cuando Susy depositó el cuerpo de Tata en la parte seca de la orilla, había ganado a una aliada incondicional que le viviría agradecida toda su vida.

 

A medida que Tata se fue incorporando a la vida del grupo, sin embargo, los animales se dieron cuenta de que su carácter era demasiado despreocupado y sus consejos no eran buenos para los pequeños. Les decía que no les hicieran caso a sus papás, que no se lavaran porque no lo necesitaban, que sólo debían preocuparse por ellos mismos y todas las cosas malas que Tata había aprendido en toda su vida de roedor maltratado. Todos los animales empezaron a alejarse de ella, quien de nuevo se tuvo que convertir en un adorno más desde la orilla del río. Sólo Susy siguió frecuentándola pues ella siempre trataba de cuidarla y sus amigos Cora y Rayas lo aceptaban, pero a regañadientes.   

 

- No es cierto, no te gusta cómo canta. – dijo Cora enojada. - Sólo lo dices por quedar bien con ella, pero esas mentiras no le sirven a Susy.

- No, sí canta bonito, lo que pasa que ustedes le tienen envidia. – dijo Tata. En el fondo, ella tenía envidia de la amistad de Susy con Cora puesto que ella sólo era un puntito en el mundo de los amigos de Susy, y Cora era algo así como el continente más grande de todos y no sólo por su tamaño.

- No le tengo envidia. – dijo Cora. – Es sólo que no me gusta que le digas mentiras. Ya sabes que las mentiras sólo causan problemas.

- Mentira sería decir que tú eres tan bonita como Susy o que Rayas es tan inteligente y simpático como ella. – dijo Tata con toda mala intención. Susy se sintió de pronto contenta porque le habían dicho bonita e inteligente pero también se sintió mal porque Tata acababa de insultar a sus amigos.

- Ya, ya. No se peleen. – dijo Susy finalmente. – Se les van a caer las hojas de sus árboles…

 

- ¿¿¿Ehhh??? – Dijeron los tres, sin saber qué era lo que Susy quería decir.

- No importa. Sólo dejen de pelear, ¿está bien? – Ya sé que no puedo cantar muy bien porque me canso muy fácilmente. Tal vez cuando crezca me convierta en una hermosa bailarina. ¿Qué creen ustedes amigos?

- Me encantaría verte bailar. – dijo Tata entusiasmada.

- Creo que tú podrías bailar muy bonito amiga si te esfuerzas. – dijo Cora.

- ¿Qué es bailar? – respondió Rayas, confundido.

 

Por toda respuesta, Susy empezó a girar sobre su cuerpo alrededor de un árbol siguiendo el ritmo de una música imaginaria. Las pezuñas de sus largas piernas golpeaban el suelo húmedo de la orilla en armoniosa melodía que hacía girar sus manchas color marrón sobre su cuerpo amarillo y le hacían ver, de nuevo, encantadora. Definitivamente era una excelente bailarina y sus amigos la contemplaban sorprendidos y alegres.

 

- ¡Tejón quiere dormir! – Se escuchó una voz desde la profundo de la tierra. Del hueco que se hacía en la raíz del árbol donde Susy giraba, asomó la cabeza un tejón malhumorado que al ver a Susy bailando alrededor de su casa, salió por completo de ella y empezó a girar alrededor de la jirafita.

- Tejón quiere dormir, tejón triste porque no duerme. ¡Tejón enojado! – Chilló.

 

Susy y sus amigos no sabían que hacer. Por un lado, les hacía gracia ver al pequeño tejón dando vueltas como loco alrededor de Susy como si quisiera marearla, y por el otro, estaban apenados por haber provocado esa reacción en el animalito. Susy se detuvo y se iba a disculpar con el tejón cuando éste dijo:

 

- ¡Tejón no quiere ver a niña grosera! ¡Tejón no quiere ver a niña grosera! ¡Tejón triste!

- ¡Tejón odioso! – dijo Susy al sentirse ofendida por ser llamada niña grosera y empezó a bailar con más fuerza alrededor del árbol. – ¡Tejón es un tonto! – gritó.

- ¡Tejón no tonto! ¡Jirafita grosera! ¡Tejón quiere dormir! ¡Tejón quiere dormir! – Gritó el tejón girando más rápido aún.

- ¡Tejón si tonto! – Chilló Susy de nuevo. Tata se tumbó al suelo para poder reír más cómodamente mientras se tocaba la barriga que se movía con cada carcajada que salía de su pequeño hocico.

- ¡Tejón sólo dormir! ¡Tú no dejas! ¡Tú tonta patas largas!

- Ahora veras Tejón corajudo. Te las vas a ver conmigo. – gritó Susy muy enojada. Al decir esto empezó a brincar alrededor del árbol tratando de alcanzar el hueco de donde había salido el tejón.

- ¡Noooo, tejón lo siente, tejón lo siente, no rompas casa de tejón, por favooooooorrrrrrrrrrrr.! – chilló el tejón. Ya no estaba molesto. Estaba lleno de miedo de que Susy fuera a destruir su casa. Susy por su parte, ya no escuchaba ni a Cora que le gritaba que no lo hiciera ni a la ratoncita que seguía animándola a que no se dejara del molesto tejón.

- Ahora veras tejón…. – dijo Susy. Fue todo lo que alcanzó a decir antes de sentir como su colita era jalada lejos del árbol con tanta fuerza que sintió que se la iban a arrancar.

- ¡Susana Jirafina Cuellolargo! – Exclamó una voz muy molesta. Era su mamá. – ¿¿¿Qué crees que estás haciendo???

 

Cuando tus papás te llaman por tu nombre completo, déjame decirte que es casi seguro que estás en problemas. Cuando te gritan por tu nombre completo estás en graves problemas y cuando te gritan tu nombre completo y además te jalan de tu colita, déjame decirte que estás en el problema más grave de tu corta existencia. Este era el caso con nuestra amiga Susy.

 

- Él empezó, mamá. – dijo Susy con un hilito de voz al ver el enojo de su madre. Era la primera vez que la veía tan molesta y sabía que venía un castigo ejemplar para ella. La colita jalada era sólo una probadita de lo que aún le tenía guardado.

- Si, él empezó, parece que no conoces otra explicación, niña. ¿Por qué molestas al tejón?

 

Susy iba a decir de nuevo él empezó, pero se quedó callada pues recordó que eso ya se lo acababa de decir y no había servido como explicación, además de que sabía que en realidad ella había empezado a molestarlo, aunque no se había dado cuenta al principio.

 

- Lo siento, mamá. – dijo bajando la vista al suelo.

- No jovencita. Aún no lo sientes. – dijo alguien más a sus espaldas. Si había llegado a pensar que su papá le ayudaría a calmar el enojo de su mamá, el tono de su voz igual o más molesto que el de su esposa le había cerrado cualquier posibilidad de escapar de aquel lío más o menos bien librada. Ya era oficial: Estaba en graves aprietos.

- Papá. Yo no quise hacerle daño al Tejón. Él empezó…

- No me digas que él empezó, Jirafina…

 

Otra variante del nombre completo es cuando usan sólo tu segundo nombre. De cualquier forma, se sentía que ya estaba tocando las puertas de Problemalandia con un pase que bien le podría durar varios días.

 

 - Ella no tuvo la culpa, señora. – dijo Tata, acercándose a Carmen.

- A ti no te quiero cerca de mi hija, rata peleonera. – dijo Carmen. Tata iba a decir que no era una rata o algo así, pero vio tanto enojo en los ojos de la jirafa que prefirió hacerle caso y marchar silenciosamente a donde no molestara a nadie.

- Tejón muy triste, tejón tiene miedo. – dijo el Tejón acercándose a Carmen.

- No te preocupes tejón, ya nadie te va a hacer nada. Es más, esta jirafita insolente te debe una disculpa.

- Pero mamá… - Empezó Susy. Disculparse con ese tonto tejón, ella… ¿¿la gran Susy?? ¿¿¿¿La encantadora Susy????

- No me digas “pero mamá” … vamos a dejar que este pobre tejón regrese a su casa, pero antes te vas a disculpar con él. ¿Quedó claro?

- Pero es un tejón…

- Y tú eres una jirafa y te vas a disculpar. Él tiene tanto derecho como tú a no ser molestado.

- Lo siento, tejón. – dijo Susy apretando su enojo entre los labios.

- Tejón no quiere disculpa, tejón quiere dormir sin niña tonta cerca.

- Mira lo que me dice Mamá. – Chilló Susy.

- Eso y más te mereces. Ya te disculpaste con tejón, si él no quiere tu disculpa entonces quien se queda con su enojo es él. – dijo Carmen. Susy no lo había pensado así pero su mamá tenía razón. Si tejón no quería disculpas de niña tonta, tejón sufriría. Allá tejón.

- Te puedes ir a dormir ya, tejón y te pido una disculpa a nombre de la familia Cuellolargo. – dijo Carmen mientras Tejón se metía a su madriguera refunfuñando en el lenguaje incomprensible de los tejones.

- ¿Qué fue lo que pasó, hija? – dijo el papá de Susy.

 

Susy empezó a platicar su historia sin guardar ningún detalle y sin decir una sola mentira. Ya bastantes problemas tenía y sabía que decir mentiras nunca le había ayudado a salir de éstos. Era lo más correcto siempre decir la verdad y aún dentro de su enojo, Susy sabía que esto era lo mejor que podía hacer.

 

- Estás castigada, hija. – dijo su papá a manera de sentencia al final de su relato. Susy ya no tenía fuerzas para discutir esta decisión de su padre y agachando su cabeza lo aceptó sin chistar.

- ¿Cuál va a ser mi castigo? – dijo con timidez.

- Ya lo discutiremos tu mamá y yo y te lo haremos saber más tarde. – volvió a contestar su papá y empezó a caminar hacia su lugar en la pradera.

- ¿Puede salir a jugar mientras tanto? – dijo Rayas.

- ¿Tú qué crees jovencito? – dijo Carmen acercándose a la joven cebra.

Este sólo sonrió apenado y ya no dijo más nada.    


 

Capítulo 4. Susy es castigada

 

Susy jamás había visto las ramas del árbol tan suculentas. Se le hacía un mar de saliva en su boca al ver los destellos casi metálicos de sus hojas verdes cuando las acariciaba un rayo de sol. Estaban apetitosas como nunca antes, pero Susy no podía tocarlas. No era porque estuvieran demasiado lejos de su alcance; con sólo estirar su largo cuello y con una pequeña ayuda de su lengua extendida y esas hojas deliciosas serían de ella. No era tampoco porque fueran de alguien más. Eran las hojas del árbol que estaba a su disposición todos los días de todos los “hace mucho tiempo” de su corta existencia.

 

Susy no podía tocar esas hojas porque ése había sido el castigo que sus padres le habían dado. No debía alimentarse de otra cosa que no fueran los polvosos arbustos que crecían a un lado de sus suculentas ramas. Tendría que agacharse para tomar las hojas de los arbustos como cualquier otro animal de la pradera. Susy estaba en evidente desventaja. Con sus largas patas estiradas y aún con su cuello largo extendido hacia abajo era una misión casi imposible que pudiera tocar el suelo y sostenerse ahí por mucho tiempo. Sus débiles piernas no estaban acostumbradas a este tipo de esfuerzos y su orgullo de jirafa altiva tampoco le ayudaba mucho. Había estado toda la mañana ignorando el gruñido de su estómago, pero ya no podía aguantar más. Se acercaría al arbusto que le habían ordenado sus papás y comería de él como si no fuera una hermosa jirafa. Sus amigos le observaban y permanecían a su lado aun sabiendo que Susy no podría jugar a nada en tanto estuviera castigada.

 

- Tú puedes Susy. – le animo Rayas. Susy sólo lo miro con impaciencia y le iba a decir que se callara, pero prefirió callar ella misma para no molestar aún más a su madre que atenta la miraba desde una corta distancia.

- Anda amiga, come porque si no te enfermarás y va a ser peor. – dijo Cora.

- No puedo amiga. Ayúdame a recoger unas ramas…

- No Susy, ya sabes lo que dijo tu mamá. Nada de ayuda. – dijo Cora volteando a ver a Carmen como si esta pudiera oírlas, aunque estuvieran susurrando.

- Está bien, lo haré. – dijo Susy tratando de bajar aún más al nivel del arbusto.

 

Tensó sus cuatro patas y las acostó un poco para que su cuerpo pudiera bajar un poco más. Sentía que se le tensaban los músculos de sus cuatro piernas, y le dolían, pero aún así siguió adelante. Tomó una rama del arbusto con su lengua y jaló. La rama se sentía muy dura y difícil de masticar y le dejó adolorida su lengua. Lo intentó de nuevo y esta vez sintió las frescas ramas acariciando su boca. No era un bocadillo exquisito, pero al menos serviría para calmarle el hambre hasta que sus papás decidieran dejar de humillarla así.

 

- Lo estás haciendo muy bien, Susy. Eres la jirafita más chaparra del planeta. – dijo Rayas emocionado.

 

Susy, que no había recibido de buen agrado el ser llamada chaparra por su amigo, volteó a verlo molesta y eso fue suficiente para que sus patas delanteras se vencieran y cayera con todo su rostro encima del arbusto que le recibió con un crujir de ramas. Los animales que estaban junto a ella comenzaron a reír a carcajadas al ver a la jirafita en tan extraña posición.

 

- ¡Silencio! – Gritó Susy, pero nadie le hizo caso.

 

Cora y Rayas no estaban riendo, pero tampoco habían venido a ayudarle. Susy no recordó en ese momento que su madre les había advertido a los dos, nada de ayuda para Susy o la castigo más días. Sentía enojo con todos incluida ella misma y todos sabemos que a veces los malos humores y enojos no nos dejan pensar claramente.  Levantándose con dificultad del arbusto, fue con Cora y Rayas y les gritó:

 

- No se hubieran molestado en ayudarme. ¡Qué buenos amigos tengo! - Y dando media vuelta se alejó a la orilla del río donde había platicado con su tío Jiralfonso la noche anterior.

 

Susy se quedó mirando su propio reflejo en el agua. El agua lo mecía y lo descomponía a placer, así como sus papás lo hacían con su día, descomponerlo con sus propias reglas y castigos. Le gustaba la vida que llevaba, pero ese día en particular era el más triste que hubiera recordado. Sabía que merecía un castigo por haber querido deshacer la madriguera del tejón, pero también sentía que sus papás habían exagerado al quererla hacer el hazmerreír de todos los animales de la pradera.

 

- ¿Estás triste Susy? – dijo una voz detrás de ella. Era Tata la Rata.

- Si Tatita. Estoy triste, no puedo comer sin que se burlen de mí. Ya lo he intentado varias veces y no puedo. Mis piernas no son fuertes para agacharme…

- No deberían tratarte así. Ellos no vieron cómo te trató el Tejón y cómo te gritaron los elefantes con ese ruido que hacen con sus trompas…

- Y yo no les quería hacer daño. Sólo quería jugar y ellos no me dejaron.

- Tus papás no te están escuchando. Ellos piensan que siempre tienen la razón y nunca escuchan. Mis papás no me escuchaban a mí tampoco. – dijo Tata la rata con aire triste.

- ¿Y dónde está tu familia Tata? – dijo Susy con ojos llorosos.

- Ya ni lo sé. Un día me cansé de que mis papás me estuvieran regañando y me fui a vagar por la pradera. Cuando regresé a nuestra casita ya se habían ido y no dejaron nada.

- ¿Por qué te regañaron? – Preguntó Susy intrigada por la severidad con la que había actuado su familia.

 

Tata se quedó un momento pensativa, como rememorando lo que había sucedido en aquella ocasión. Agitó la cabeza un par de veces y, cuando abrió su pequeño hocico para hablar, sólo dijo

 

- Por cosas que pasan en las familias. No tenían por qué actuar así…

 

Susy la contempló en silencio como animándole a continuar. Tata continuó con el mismo tono de tristeza, diciendo

 

- Sólo estuve fuera tres días y no me pudieron esperar. Había regresado a pedirles perdón y los esperé ahí hasta que ya no tenía nada para comer. Entonces me vine caminando por todo el río hasta que llegué a donde estaban ustedes. – dijo Tata.

- ¿Y no extrañas a tu familia? – Preguntó Susy. Al parecer nadie en el grupo quería a Tata, pero ella sentía que la ratona llevaba un gran dolor por dentro y que muchas de las cosas que hacía mal, eran por culpa de ese dolor.

- No, para nada… bueno, tal vez un poquito, pero no importa… no los necesito. – respondió Tata agitando su pequeña garra como signo de que aquello no valía la pena.

- ¿Y te fuiste tú solita? – dijo Susy abriendo sus grandes ojos como platos. - ¿No tuviste miedo?

- No… bueno, si… un poquito, pero no era el miedo lo que me hacía sentir mal sino el que ellos me hubieran abandonado. No les importé.

- Yo debería irme de aquí también para ver si mis papás me extrañan. Tal vez mi tío Jiralfonso si me extrañe, pero creo que mis papás no. Creo que ellos ya no me quieren y por eso hacen eso para que se burlen todos de mí.

- Pues no se si te quieran o no, pero yo creo que si deberías darles una lección ¿no crees?

- ¿Y no es peligroso estar ahí afuera? – dijo Susy inquieta. Por más aventurera que quisiera ser, no olvidaba que sólo era una jirafita muy joven que nunca se había alejado más de 10 metros de sus padres.

- ¿Para tí que eres tan alta y tan fuerte? No lo creo. Las jirafas son muy respetadas allá. No hay animales más grandes que ustedes ¿sabías?

- No. – dijo Susy sorprendida. Nunca había visto a ningún animal más grande que sus papás, pero nunca se imaginó que no hubiera ninguno en toda la pradera. – No lo sabía.

 

- Yo creo que no deberías de irte muy lejos ya que pueden llegar los depredadores y te pueden dar un susto. – dijo Tata con la poca prudencia que le quedaba. Lo cierto es que sus malos consejos estaban causando un torbellino en la mente de Susy quien no sabía cómo manejar estas emociones.

 - Gracias Tata, por tu compañía. Tú si eres una amiga…

- Bueno Susy, me voy porque tengo que ir a comer algo. Te veo más tarde. – dijo Tata apresuradamente mientras se alejaba de Susy.

- …fiel. – dijo Susy a la nada pues Tata ya había salido huyendo a perseguir su almuerzo.      

 

Susy se quedó viendo de nueva cuenta hacia el horizonte. El sol aún estaba encendido como una brillante moneda que se hubiera quedado pegada en el cielo azul de la pradera. Parecía que aquel día tan triste para Susy no terminaría nunca, o al menos así lo sentía ella.

 

“¿Por qué mis papás me tienen que tratar así?” Pensó Susy con sus ojitos brillantes por las lágrimas que se habían amontonado en su mirada. “¿Por qué no puedo defenderme de quienes me dicen cosas feas y se burlan de mí?” – continuó. “Esa elefanta gruñona me insultó primero y nadie la regañó a ella. Ni al elefantito grosero tampoco. Parece que a mi es a la única que regañan y castigan aquí. ¡¡NO ES JUSTO!!”

 

Con su mirada aún puesta en el lado de la pradera que conducía a las tierras oscuras, Susy vio a un antílope correr despreocupado con sus veloces patas apenas rozando el verde pasto. Un poco más lejos, una familia de cebras se dejaba acariciar por el sol de la tarde. Mamá siempre le decía que nunca debía ir a esos lugares, pero Susy no entendía por qué. Sabía que había depredadores, pero ellos nunca se metían con las jirafas, al menos eso había dicho Tata y ella lo sabía porque había vagado por esos lugares antes de venir a vivir junto a su familia. Sin embargo, a nuestra amiga Tata la Rata se le había olvidado comentar un pequeño detalle. Los depredadores casi no perseguían a las jirafas adultas, pero si se llegaban a encontrar a una jirafa joven aún, no tenían ningún problema en tratar de incluirla en el menú de su almuerzo. Susy era aún muy pequeña y aunque ella no lo sabía, si un depredador la encontraba, se vería en aprietos más grandes que los que ahora tenía.

 

“Sólo un ratito” pensó Susy. “Quiero que mamá y papá me extrañen y se den cuenta que fueron injustos conmigo. Quiero demostrarles que ya soy grande y que no me pueden tratar como una niñita”

 

En el lado izquierdo de su imaginación apareció una Tata la Rata en miniatura que le decía:

 

- Anda Susy, ¡hazlo! Que se sientan mal como tú te sientes ahorita. No tengas miedo ya que nada te puede pasar. Eres una jirafa ¿Te acuerdas?

 

La pequeña Tata la Rata desapareció de ese lado de su imaginación e inmediatamente surgió una Cora en Miniatura que con su grande boca le sonrió y le dijo:

 

- No tienes que hacer esto Susy. Tus papás lo hacen por tu bien. Tal vez ahorita no lo entendamos, pero ellos lo hacen para que no tengamos problemas.

- ¡Cállate Niña Boba! - Gritó la mini Tata apareciendo de nuevo al lado de su cabeza.

- No, ¡tú cállate Rata de Charco maloliente! – Gritó Mini Cora.

 

Aunque Susy sabía que ninguno de sus amigos en miniatura era real, aún así le divertía verlos peleando de aquella forma. Ese momento era seguramente el que más le había traído diversión en el día. 

 

Tata la Rata (en miniatura claro) empezó a hacer pucheros y a intentar llorar. A Susy hasta se le olvidó que era ella en su imaginación quien había formado a esos amigos en miniatura y le preguntó:

 

- ¿Qué tienes Tatita?

- Me dijo Rata de charco maloliente…

- ¿Y lo eres?

- No. No lo soy.

- ¿Entonces por qué te pones triste?

- Es que me dijo rata maloliente, ahhhhh.- dijo Mini-Tata sin poder controlar el llanto.

- Ya no llores…

- ¿Con quién hablas Susy? – Oyó una voz a sus espaldas que le hizo saltar del susto. Era Cora, la de verdad.

- Con nadie Cora. Estaba pensando en voz alta. – dijo Susy.

- Espero que no te pongas como el Tejón que le gusta hablar sólo también…

- ¡No me hables de ese bicho asqueroso! – Gritó Susy. – No lo tolero.

- Susy, cálmate amiga. Todos sabemos que el Tejón es un poquito extraño…

- No me digas. – dijo Susy e imitando la voz del tejón empezó a gritar:

- Tejón no quiere niña fea. ¡Tejón no sabe ni que quiere, tejón es un tonto!

- Ya Susy, deja de ponerte así o tus papás te van a volver a castigar…

- ¿Se te olvida que ya estoy castigada?... Ah, si… así como se te olvidó que tú y Rayas se estaban burlando de mi ¿verdad?

- Eso no es cierto. – dijo Cora elevando la voz igual que su amiga Susy. – Sólo estábamos divirtiéndonos porque pensamos que tú no te lo ibas a tomar a mal…

- Pues tú y esa boba cebra se pueden ir muy lejos de aquí. El a contar sus rayas y tú a contar el lodo que traes en la panza.

- Susy… ¿por qué me dices eso?

- Porque soy una jirafita grosera, ¿te acuerdas?

- Pero yo soy tu amiga…

- Eso pensaba yo, pero ya vi que no. Quédate con tu Rayas. Ya no quiero ser tu amiga, ni la de Severino.

-Como tú quieras, Susy.

 

Cora se sintió muy triste, aunque sabía que Susy no decía esas cosas en serio. Ella sabía muy bien que a veces los amigos se dicen cosas hirientes cuando están enojados pero que no quieren decir en realidad. Cora pensó que Susy le pediría disculpas más tarde, pero por ahora era momento de dejarla sola. Agachando la cabeza, Cora fue y se sumergió en el agua del río, que le recibió con una lluvia de agua del color del cristal que bañó su grueso cuerpo.

 

Susy por su parte, se quedó triste también pues sabía que, aunque no había querido decirle esas cosas a su amiga, tampoco quería disculparse. Ya había tenido demasiadas disculpas ese día y no podía pedir más. Era más cómodo para ella seguir enojada, aunque sabía que en el fondo de su corazón estaba siendo injusta con su amiga.

 

A lo lejos, Carmen, su mamá, platicaba con Pancha, la mamá de Cora, en una animada charla de señoras. Como su mamá hablaba en voz muy bajita, así como todas las jirafas, Pancha tenía que levantar su gruesa cabeza y su mamá tenía que bajar su largo cuello hasta su nivel. De vez en cuando levantaba la cabeza y buscaba a Susy. Cuando la encontraba y veía lo que estaba haciendo, volvía a la animada charla con su amiga.

 

Susy seguía acariciando la idea de volverse una jirafa vagabunda por unas horas. Si salía en esos momentos, podría estar fuera un par de horas y volvería antes de que empezara a oscurecer. Más tarde ya seria muy peligroso ya que ella le tenía mucho miedo a la oscuridad. Por más que había estado observando la pradera en ese rato, no había visto a ningún animal come-carne. Seguramente esa parte de la pradera era tan segura como la suya. Al menos eso pensaba ella.

 

Su mamá volteó de nuevo a echarle un nuevo vistazo a su hija y la vio tomando tranquilamente agua del río. En realidad, Carmen estaba cuidando que Susy no hiciera trampa y se quisiera comer las hojas de las ramas altas de los árboles. Rafa y ella habían querido que ella aprendiera a doblar su cuello como una manera de aprender humildad, aunque Susy pensaba que se querían burlar de ella. Nunca cruzó por su mente que su hijita quisiera ir más lejos de lo que era la zona segura donde habitaban.

 

Finalmente se decidió. Necesitaba castigar a sus papás de la misma forma en que ellos la habían castigado a ella. Sabía que, al regresar, el castigo sería aún mas severo para ella, pero no le importó. Quería desahogar todo ese enojo y frustración contenidos dentro de ella.

 

Susy espero el momento en que su mamá desvió su mirada de nueva cuenta hacia Pancha y empezó a caminar a la orilla sin hacer mucho ruido. Cuando pensó que estaba lejos del alcance de la mirada de su mamá, empezó a correr con todas las fuerzas que sus largas piernas se lo permitían. Era maravilloso sentir el viento frió golpeando en su cara y la alfombra del pasto prohibido tocando sus patas apenas. Se sentía libre, libre como nunca lo había estado. Era casi como si estuviera volando.  No existían cadenas ni nadie que le dijera que era una niña grosera… y en esa tarde de la pradera que estaba junto a las tierras oscuras, Susy la Jirafita brincaba de contento en su desobediencia mayor mientras un grupo de hienas hambrientas la veían… y se saboreaban.

Capítulo 5. Susy y las hienas cochinas

 

Susy sintió que las cosas no estaban del todo bien cuando empezó a ver que la tierra empezaba a quedar sin pasto. Sus patas ya no sentían el mullido colchón de la hierba sino el duro suelo que quedaba en las orillas de la pradera, ya muy próximas a las tierras oscuras. Susy pensó que era tiempo de regresar a un lugar más cercano a su hogar cuando escuchó unas risas nerviosas por detrás de ella. Eran unas risas burlonas y desagradables que le hicieron sentir incomoda y un poco confundida ante la posibilidad de que tal vez aquella no había sido una buena idea después de todo. Susy se detuvo para ver en donde se encontraba y echó un vistazo al lugar. A lo lejos, se veía el río como una gigantesca serpiente de luz que atravesaba el valle por la mitad. El río era su camino seguro de regreso a casa y mientras lo viera sabría como regresar, se dijo a si misma para tranquilizarse. Volteó a ver a donde venían las risas desagradables y se encontró con los animales más feos que hubiera visto en su corta existencia. Eran mucho más bajitos que ella y más delgados que Cora o Severino, tenían una cabeza redonda y sonreían mostrando sus feos dientes cuando lo hacían. Era un grupo de hienas. El líder se acercó un poco a Susy, aunque no lo suficiente para hacerla sentir atacada. Susy recordó lo que le había dicho Tata la rata, que las jirafas no eran atacadas por los come-carne y se tranquilizó al menos un poquito. La hiena que se había acercado, le habló con una voz igual de desagradable que su aspecto.

 

- Hola jirafita. ¿Qué estás haciendo por aquí? ¿Qué se te perdió?

- No se me ha perdido nada, sólo estoy paseando por aquí. ¿Por qué se ríen de mí y por qué me persiguen?

- Es que nos gustan las jirafas. – dijo una de las otras tres hienas que parecía ser la chistosa del grupo o al menos la que más reía.

- Ah bueno… - dijo Susy. Tal vez los había juzgado mal y podrían después de todo ser amigos y protegerla en ese lugar lejos de casa.

- Dicen que su carne es deliciosa. Yo todavía no las he probado. – dijo el chistoso. Con eso, Susy dejó ir la leve esperanza de haber encontrado a nuevos amigos.

- ¿Cómo? ¿Qué quiere decir? – al decir esto, Susy empezó a caminar para alejarse de las hienas, pero con la cabeza volteada a ellos para no dejar de verlos.

- Ah cómo serás menso Tripas. – dijo el líder del grupo. – Ya estás espantando a nuestra amiguita.

- Ustedes no quieren comerme… ¿verdad?

- No. – dijo el líder. Y antes de que Susy pudiera contestar, dijo – No hasta que lleguen las leonas.

- Tú también la vas a asustar Babo…

- ¡Ya te he dicho que me llames Tango! – dijo el líder molesto. No le gustaba el nombre que le habían puesto sus papás y le gusto ese nombre que le había escuchado a un grupo de cazadores. Desde entonces prefería ser llamado Tango en vez de Babo.

- Perdón, Tango cara de chango. – dijo Tripas. A Tripas le gustaba hacer enojar a su hermano llamándole por su nombre o haciendo burla de su apodo también.

- Ya niñas, a callar que se va nuestra comida. – dijo la tercera hiena que se llamaba Luba. La cuarta se llamaba Gensa y era, bueno, era la más ‘gensa’ del grupo.

- Tras ella. Gritó Tango y salieron las cuatro hienas detrás de la jirafita en una alocada carrera.

 

Susy olvidó por un momento que las hienas eran mucho más pequeñas que ella; olvidó lo que le había dicho Tata la rata y hasta olvidó que estaba corriendo en dirección contraria a su casa y la protección de sus papás. En ese momento sólo era una pequeña jirafita alejándose de quienes se la querían comer. Tenía mucho miedo y sentía que el suelo duro no le permitía correr lo suficientemente rápido para dejar atrás a esas hienas que le perseguían.

 

Su corazón estaba a punto de reventar y le faltaba aire para sus pulmones cuando decidió que no podía correr más. Se detuvo y se volteó para enfrentarse con las hienas. Estaba dispuesta a no dejar que la hicieran su almuerzo tan fácilmente y dejaría hasta el último pedacito de fuerza y valentía que le quedara para impedirlo.

 

Las hienas, al verse enfrentadas por la joven jirafa, detuvieron en seco su carrera y se quedaron a un par de metros de ella. A esa distancia, Susy podía ver sus ojos furiosos y su lengua colgando del hocico maloliente. Apestaban como si nunca se hubieran bañado en su vida y su pelaje se veía igual de sucio que su cara. A esa distancia Susy podía ver que eran unas malvadas creaturas, pero también podía ver que tenían miedo de acercarse aún más a ella. En ese momento se dio cuenta de que no era tan débil como ella pensaba y se acercó un par de pasos a las hienas. Estas, a su vez, retrocedieron la misma distancia.

 

- Aléjense sucias… cosas.

- Somos hienas, jirafita, pero no estamos llenas, tenemos la pancita vacía. Tenemos hambre – dijo Tripas. Al oír esto sus compañeras se rieron con esa risa que ponía nervioso a cualquiera.

- Y tenemos una luna para nosotros. Se llama luna hiena. – dijo Tango. Sus compañeros le corearon con otro nuevo de ataque de risa.

- Y somos primos de las “bahienas” – dijo Luba sin querer perderse la diversión. – Risas de nuevo.

- Y todos nos dicen hienas cochinas. – dijo Gensa. Los demás iban a empezar a reír, pero no le hallaron el chiste por ningún lado.

- ¿Y eso que tiene de divertido? – dijo Tango.

- Nada, pero así nos dicen ¿No?

- Ay Gensa, como serás mensa. – Dijeron los otros tres al mismo tiempo.

- Pues así soy yo. – dijo Gensa.

- Aléjense de mí, ¡hienas apestosas! – repitió Susy acabando con la plática de las hienas. Se acercó un par de pasos más y las hienas retrocedieron.

- Te vamos a vigilar jirafita. Cuando lleguen las leonas vas a ver. – dijo Tango. – Muchachos, vámonos.

- Pero Tango… - dijo Tripas. – Tengo hambre.

- ¿Y que quieres hacer? ¿Atacar a la jirafa tú sólo?

- No… tú sabes que las hienas casi no atacamos a los animales. Sólo nos comemos lo que nos dejan las leonas…

- Entonces espera a que lleguen las leonas.

 

Las hienas se fueron alejándose de la jirafita. Tripas aún refunfuñaba

 

- Entonces… ¿para qué nos hiciste corretearla hasta acá…?

- Para ver si se caía y se rompía una pierna… y de paso tú también…

- Está bien, como tú quieras Babo.

 - Que no me digas Babo, pedazo de alcornoque.

- Como quieras Tango marango…


 

Capítulo 6. Susy tiene un nuevo amigo

 

Susy ya no escuchó lo que un malhumorado Tango le contestó.  Ni siquiera le interesaba. Su preocupación era que no sabía dónde estaba. Había dejado de ver el lecho del río y se encontraba en un lugar cubierto de árboles con ramas retorcidas y un suelo de color casi negro. empezó a caminar sin rumbo tratando de encontrar a alguien que le pudiera ayudar a encontrar su camino de regreso a casa. En su recorrido, se encontró a una ardilla que se escondió de ella en cuanto la vio, un pajarito que le dijo que le gustaría ayudarla pero que llevaba prisa porque tenía que conseguir comida para sus hijitos, y otros animales que Susy no conocía que la habían ignorado igual que la ardilla.

 

Susy empezó a llorar. Estaba triste porque sabía que todo esto que le estaba pasando era consecuencia de su desobediencia y su rebeldía. Ya ni siquiera le importaba si sus papás la castigaban más fuerte aún. Sólo quería verlos de nuevo y sentirse protegida por ellos. En esas tierras oscuras, el sol había comenzado a ocultarse y Susy tuvo miedo de la noche que venía. Estaba perdida, confundida, sola y avergonzada por lo mal que se había portado.

 

Empezó a caminar sin rumbo hasta que las piernas le dolieron de tanto esfuerzo. Cuando Susy se detuvo y se recargó contra un árbol un poco más alto que su estatura, ya era completamente de noche. Sintió hambre y busco algunas ramas de aquel árbol para calmarla. Las ramas eran gruesas y tenían un sabor desagradable pero aún así se las comió pues de verdad tenía mucha hambre. En el segundo bocado, agitó con fuerza las ramas para tomar un trozo más grande. Al hacerlo escuchó un quejido que venía de adentro del árbol.

 

- ¡Chispas! – Gritó. – Este árbol habla. Hola Señor árbol. ¿Cómo está? – dijo Susy.

- Desvelado niña, y no soy un árbol, soy un búho. – dijo el ave que surgió de un hueco que se hallaba oculto entre las ramas que Susy acababa de sacudir.

- Ay, usted perdone señor búho, no quise despertarlo…

- No te apures, de cualquier forma, ya era hora de que me despertara… - dijo el búho sacudiéndose las plumas como si al hacerlo fuera a espantar el sueño que aún le quedaba.

 

- Pero… si apenas se hizo de noche… - dijo la jirafita confundida.

 

- Si pequeña, es que los búhos dormimos de día y estamos despiertos en la noche. Cuando la mayor parte de los animales duermen, nosotros trabajamos.

 

- Ah – dijo Susy apenas. No había sabido de ningún animal que durmiera durante el día y estuviera despierto durante la noche. Sólo conocía al tejón corajudo que dormía durante el día y durante la noche... pues también. (¡Tejón no quiere niña grosera, tejón duerme!) – ¿Y no se siente solito en la noche?

 

- Claro que no, chica. así es nuestra vida y estamos acostumbrados a vivir de esta manera. A veces, cuando nos sentimos solos, platicamos con los otros búhos que viven cerca. Los llamamos así. – dijo el búho llamando a otro búho que en unos cuantos segundos le contestó.

 

- Yo he escuchado ese sonido antes, siempre lo escucho por la noche. ¿Ustedes lo hacen?

 

- Si, es nuestra manera de hablar entre los búhos. Se llama ulular. ¿Ustedes no tienen un sonido, pequeña?

- No, dice mi mamá que las jirafas no hacemos sonidos, así como los elefantes porque tenemos el cuello muy largo.

- Si lo entiendo. Sería difícil para ti poder hacer ruidos, pero en cambio tu cuello se ve muy lindo y puedes subir hasta acá y platicar conmigo. – dijo el búho. Le simpatizaba la jirafita sin duda. – Dime linda jirafita. ¿Cómo es que te llamas?

- Me llamo Susy, señor… ¿y usted?

- Yo me llamo Beto, me da mucho gusto conocerte Susy la Jirafita. – dijo el búho haciendo un gracioso gesto hacia enfrente y extendiendo su ala izquierda a manera de saludo.

- El gusto es mío señor. – dijo Susy y sonrió su hermosa sonrisa que no había surgido muchas veces durante el día.

- ¿Y qué andas haciendo por aquí tan solita Susy? – dijo Beto. – Hay peligros aquí en los que una jirafita tan linda como tú, no debería estar.

- ¿Peligros señor búho? – dijo Susy. Ya se había dado cuenta que las hienas no podían atacarle y aunque sentía un poco de miedo a la oscuridad de la noche, no sentía mayor temor de que los come-carne la fueran atacar.

- Llámame Beto, si quieres Susy. El señor búho era mi padre. Yo sólo soy Beto el inquieto pizpireto, que nunca se está quieto, pero eso es otro boleto.

- ¡Qué chistoso hablas Beto! – dijo Susy divertida de que todas las palabras sonaran igual al final.

- Gracias Susy, se llaman rimas y me divierte hacerlas. Tú deberías hacer lo mismo.

- Es que yo no sé… - dijo Susy.

- Susana, la soberana de la mañana, no es una rana ni una campana… es una chica muy campirana que siempre gana porque es más sana que una…

- … ¿manzana? – dijo Susy completando la frase de Beto.

- Muy bien Señorita Susy. Acabas de hacer tu primera rima. – dijo Beto batiendo sus alas a manera de aplauso. Susy rió divertida. Este búho era encantador.

- Pero no me has dicho qué haces tan solita por aquí. Dime. ¿Dónde están tus papás?

- Están en casa. Yo me enojé con ellos esta tarde y salí huyendo. Quería estar lejos por un ratito, pero unas hienas me persiguieron y ya no sé cómo regresar a casa. Tengo miedo, Beto. – Explicó Susy. De nuevo su alegría se había esfumado y la tristeza se volvió a posar en su carita de “jirafita triste”. Había bastante luz de luna esa noche, pero el corazón de Susy la jirafita estaba más oscuro que nunca.

 

- Si, me imagino cómo te sientes. ¿Por qué te peleaste con tus papás? – Preguntó Beto.

 

- Es que ellos me castigaron injustamente…

 

- Ellos te castigaron. Uhmm. ¿Y porqué piensas que fueron injustos?

 

- Porque querían que me disculpara con ese tonto tejón…

 

- Pero… ¿Porqué le llamas así al Tejón? ¿No sabes que tonto es una palabra muy fea?

 

- Si… ya lo sé. Pero ese tejón me hizo enojar mucho, me llamó niña grosera…

 

- Y tú le llamaste tonto…

 

- Si… - dijo Susy agachando la cabeza avergonzada. Ahora pensaba que no debió haber llamado tonto al Tejón. Si ella decía cosas que no sentía cuando estaba enojada, ¿Por qué no lo iba a hacer el tejón al ver que una jirafa estaba brincando casi encima de su casita?

- ¿Y que fue lo que hizo que el tejón te llamara niña grosera?

- Es que yo estaba muy tranquilita bailando con mis amigos y, sin darme cuenta, empecé a brincar encima del agujero donde dormía el tejón…

- ¿Y tú le explicaste lo que pasaba cuando te dijo niña grosera?

- Lo intenté… pero él no quiso hacerme caso…

- ¿y qué hiciste después? 

- Me enojé mucho y empecé a brincar cerca de su casa para destruirla…

- Si tú te enojas por lo que alguien te dice injustamente, entonces lo estás haciendo tu problema. Si no dejas que te afecte entonces sigue siendo su problema. ¿no lo crees, amiguita? – dijo Beto.

- Si. Creo que tienes razón. – dijo Susy. Empezaba a darse cuenta de que Beto era un búho muy sabio.

- ¿Y eso que hiciste con la casita del tejón no te parece suficiente motivo para que tus padres te hayan castigado? – dijo Beto. Susy seguía con la vista fija en el suelo sin atreverse a ver a su nuevo amigo.

- Creo que si… - Concedió Susy.

- Yo también lo creo, amiga Susy. ¿Te digo un secretito de los papás? 

- Si, dímelo.

- Cuando los papás tienen que castigar a sus hijos, nos duele más a nosotros que a ellos mismos. Vemos cómo sufren por causa de los castigos, pero no podemos hacer nada por ellos…

- ¿Porqué no pueden hacer nada? Si nos quisieran mucho no tendrían por qué castigarnos. Con que nos perdonaran sería suficiente…

- No, amiga Susy… no has entendido que los papás castigan no para desquitarse del enojo con sus hijitos…

- ¿No? – dijo Susy sorprendida volteando finalmente a ver a su amigo Beto.

- Claro que no, amiguita. Los papás castigan a sus hijos porque tienen que hacerlo. Imagina que un día tus papás te dicen que no vayas a la pradera y tú decides no hacerles caso y te vas. Tus papás te dicen que no vayas porque hay peligros ahí, ¿comprendes?

- Creo que si. dijo Susy recordando los rostros babeantes de las hienas cochinas que la habían perseguido esa tarde y sacudió la cabeza para borrar esa imagen de su mente.

- Si tú decides no hacerles caso y ellos no te llaman la atención, vas a pensar que esa regla no es tan importante y vas a seguirla rompiendo hasta que un día lleguen unos leones y te devoren. Que crees que prefieran tus padres: ¿Verte llorar un ratito o verte devorada por los leones?

- Pues verme llorar un ratito, creo. No quiero ser comida por ningún animal…

- Por eso tus padres te tienen que castigar para que aprendas y valores las cosas que haces bien y las cosas que haces mal. Tal vez el tejón no tenía razón al llamarte niña grosera, pero tú tampoco debiste enojarte y tratar de destruir su madriguera. La responsabilidad de tus papás eres tú, no el tejón y te castigaron por lo que TÚ hiciste mal. No lo que el tejón haya hecho o dicho.

- Pero es que hicieron que se rieran todos los demás de mí y eso me dio mucho enojo…

- Y ese enojo te tiene lejos de tu familia, en un lugar que no conoces y con peligros que no imaginas. ¿Te das cuenta que los enojos no te ayudan a nada? 

- Si, ya lo sé. Ya sé que no debí portarme así con el tejón ni con el elefantito aquel ni con su mamá…

- Vaya Susy, parece que últimamente has roto muchas reglas ¿eh?

- Ellos empezaron… - dijo con una débil disculpa. Ya ni ella misma se la creía.

- Pero tú lo continuaste y eso hizo que fuera tu problema. Eres una niña hermosa y de buenos sentimientos. Si te dejas llevar por el enojo, nadie podrá ver a la jirafita linda que yo acabo de descubrir en el poquito tiempo que llevamos platicando. Si no te hubieras dejado llevar por tu enojo, tus papás no estarían preocupados buscándote sin saber de ti.  

- Pero, yo pensaba que ellos estaban molestos conmigo…

- Y tal vez lo estaban. Los papás también nos enojamos como ustedes, pero no podemos dejar que ese enojo nos haga hacer cosas tontas como castigarte sólo por estar enojados. Un castigo debe ser siempre para ayudarte, aunque en ese momento no lo entiendas.

- ¡Eso es lo que siempre me dice mi amiga Cora! – dijo Susy.

- Y tu amiga Cora tiene mucha razón.

- Sólo espero que no siga enojada conmigo…

- ¿también discutiste con ella? – Le preguntó Beto.

- Si, le dije que se fuera a contar el lodo que tenía en su panza. Ella es una hipopótamo y es mi mejor amiga…

- Se nota.

- Beto, no me hagas sentir más mal. En cuanto la vea le voy a decir que me perdone y también a Rayas

- ¿Quién es Rayas?

- Es una cebra que es amigo de nosotros. A el le dije que se fuera a contar sus rayas lejos de mi, bueno no se lo dije yo, pero le dije a Cora que le dijera eso…

- Hubo alguien con quien no te hayas peleado este día?

- Sólo Tata la rata y mi tío Jiralfonso, creo…

- Mal asunto amiga. Tienes una lista grande de disculpas por ofrecer ¿sabes?

- Si, me voy a disculpar con papá y mamá, con Cora y con Rayas, lo prometo.

- ¿Y el tejón?

- hmmm… también. Con todos. Hasta con la elefanta gruñona y su elefantito.

- Eso está muy bien Susy. Estás aprendiendo a ser tan linda por dentro tanto como lo eres por fuera. Algún día comprenderás que esa belleza es mucho más importante. La belleza interior es la que te hace retener a los buenos amigos.  – dijo Beto sonriendo.

- Gracias Beto. Estoy tratando de que no se caigan las hojas de mi árbol…

- ¿De tu árbol? ¿A qué te refieres? – Preguntó Beto confundido.

- Es que dice mi papá que si nos mantenemos unidos seremos como un árbol que mantiene a todas sus hojas juntas. El árbol protege a las hojas y las hojas cubren al árbol. Así es nuestra familia y nuestro grupo, dice mi papá que si nos mantenemos unidos seremos fuertes como el árbol.

- Y tu papá tiene mucha razón, Susy. Las hojas de tu árbol se estaban cayendo, pero si aprendes a perdonar y a pedir perdón vas a reunir muchas hojas para tu árbol.

- ¿Tú crees?

- Claro que si amiguita. Sólo que te tienes que cuidar de las jirafitas latosas que les gusta comérselas.

- Y los búhos dormilones que hacen sus casitas dentro de ellos…

- Claro, de ellos también. Jejejeje. – dijo el búho, contagiado de la risa de la jirafita.

- Eso es si alguna vez vuelvo a ver a mis papás y a mis amigos. No sé como llegar a mi casa si no encuentro el río para seguir su curso. – dijo Susy poniéndose seria de nuevo. Había olvidado por un momento que se hallaba perdida en las tierras oscuras.

- ¿Y qué te hace pensar que no vas a encontrar el río, amiga?

- Que ya no sé por dónde queda. Por eso estoy perdida.

- ¿Recuerdas por dónde se mete el sol en donde vives? ¿Se mete por el lado donde está el río o por el otro lado?

- Se mete en el lado contrario al río… - dijo Susy. Eso lo recordaba muy bien.

- Entonces mañana cuando despiertes, sólo sigue al sol y él te llevará al río.

- ¿De verdad?  - dijo Susy. Sus ojitos brillaron en la noche, con la esperanza de que las cosas saldrían bien después de todo.

- Si, sólo sigue la luz y ella te llevara al sendero del río. No te desvíes y llegaras ahí. Siempre funciona. Sólo ten mucho cuidado con los leones. A veces han llegado a atacar a jirafitas jóvenes como tú. Trata de no estar mucho tiempo en lugares donde te puedan ver. Ten mucho cuidado amiguita porque estos terrenos pueden ser muy peligrosos para ti.

- Pero esta noche…

- Esta noche yo te cuidare, Susy. Beto se va a encargar de que no te pase nada. Te lo prometo.

- Gracias Beto. Eres la lechuza más linda que he conocido.

- Las lechuzas son mis primas, Susy. Mi prima Lencha vive cerca de aquí pero casi nunca nos vemos. Yo soy un simple búho.

- Ah, pues ella se pierde de tu compañía amigo búho. Eres el mejor búho que conozco.

- Soy el único búho que conoces, niña tramposa. – dijo Beto riendo.

- Jejejeje, por eso lo digo. – Susy sonrió de nuevo y la noche se iluminó con su sonrisa.

- ¿Te volveré a ver, Beto? – preguntó Susy. No era probable que ella volviera a este lado de las tierras oscuras y no sabía si Beto podría alguna vez visitarla.

- Tal vez, Susy. Tal vez. Lo que si te puedo asegurar es que cada noche ulularé para ti y cuando me escuches sabrás que estaré pensando en ti.

- Y yo en ti amigo. Siempre me acordaré de mi amigo Beto. 

 

Estuvieron platicando y haciendo rimas hasta muy tarde. Hicieron tantas rimas que se acabaron las palabras que Susy conocía y casi todas las que Beto sabía. Cuando Susy se quedó finalmente dormida, recargada en el tronco del árbol, su amigo Beto cubrió su cabeza con sus alas y así se quedó toda la noche, protegiendo a su nueva amiguita, la dulce jirafita que había aprendido finalmente el tesoro de la humildad y del perdón. 

 


 

Capítulo 7. La mañana siguiente

 

Susy sintió una leve sacudida en su cabeza, donde apenas empezaban a salir sus cuernitos. Era una sacudida tan suave que apenas le pudo sacar del sueño donde se hallaba. Abrió los ojos adormilada y se encontró frente a su amigo Beto que, con su ala extendida sobre su pico, le hacía señales de que no dijera nada mientras le señalaba con la vista hacia un lugar cercano al árbol donde ambos se hallaban. Susy paseó su adormilada mirada por el lugar acostumbrando sus ojos a la claridad del sol que apenas se había empezado a colar por ese apartado lugar de las tierras oscuras. Un poco lejos de ellos, un par de animales un poco más grandes que las hienas caminaban con pasos lentos como buscando algo.

 

- Leonas… - dijo Beto en voz muy bajita. – No te muevas ni hagas ningún ruido. – Advirtió a Susy mientras trataba de ponerse entre la jirafita y las leonas para que no pudieran verla.

 

El cuerpo de Susy estaba oculto por el árbol donde estaban ella y el búho. Las dos leonas que había visto Beto se hallaban en el otro extremo de tal forma que sólo la cabeza de Susy podía ser visible para ellas. esto es, si Beto no se hubiera puesto en medio. Las leonas hablaban entre susurros mientras parecían buscar algo o alguien con mucha atención. Susy pudo finalmente escuchar sus voces susurrantes cuando estuvieron lo suficientemente cerca.

 

- Yo no veo a ninguna jirafita, comadre. – dijo la primera Leona. – A mí se me hace que esas hienas bobas sólo nos engañaron. No sé por qué les hicimos caso…

- Pues yo creo que sí estaban diciendo la verdad, Lena. A mi ese tal Tripas siempre me ha dado buenas pistas de presas. No lo soporto porque huele a rayos, pero al menos me ayuda con la comida para el payaso de mi marido.

- ¿Porque le dices así a Leoncio? – dijo la comadre a Lena. Ambas seguían buscando por todos lados aún sin acercarse demasiado al árbol donde se ocultaba Susy.

- Porque es muy payaso, comadre. El otro día me dijo que si no sabía llevarle otra cosa que no fuera jabalí. Que ya tenía ganas de un impala, un antílope o algo así.

- ¿Y tú que le dijiste? – preguntó la comadre sorprendida.

- Le dije que el viniera a buscar su propia comida si no le gustaba. Que yo no era su criada…

- Muy bien dicho, comadre ¿y él qué hizo?

- Se levantó y se echo a tomar el sol como si estuviera muy enojado. Según él muy digno, pero en cuanto le dio hambre, se levantó y empezó a comer lo que le traje… así son… ¿y el tuyo?

- No, Leonardo es un comelón de lo peor. Si le das piedras se las come. Hay veces que se ha comido todo él y no nos deja nada para nosotros… a veces pienso que nomás le gusta estar comiendo y peinándose la melena como si fuera el león más guapo de la pradera. “Leonardo de Trapo” le digo yo…

- Jajajaja, deberíamos de ponerlos a…

 

La leona guardó silencio de pronto al ver un ligero movimiento en un arbusto. Éste se hallaba a un lado del árbol donde se encontraba Susy, con tan mala suerte para ella, que las leonas tendrían que rodear parte del árbol para llegar al arbusto. Desde esta posición sí la podrían ver con su largo cuerpo agachado sobre el tronco del árbol como si lo estuviera sosteniendo para que no se fuera a caer.

 

- Ahí no vas a encontrar a una jirafa, Lena. – dijo la comadre en un susurro acercándose al arbusto. Sólo faltaban unos cuantos segundos para que el cuerpo de Susy quedara en su campo de visión.

 

De pronto, del interior del arbusto, salió corriendo una ardilla que pasó en medio de las dos leonas en busca de un arbusto más seguro. No sabía si las leonas estaban interesadas en comer caldo de ardilla esa noche, pero tampoco estaba interesada en quedarse para averiguarlo.

 

- Déjalo comadre, es una ardilla solamente. – dijo Lena.

- Ya lo sé, pero ya tengo hambre. – contestó la comadre, impaciente.

 

Susy oyó una voz a sus espaldas. Por su tono despreocupado parecía que quien le hablaba aún no se daba cuenta del peligro que corrían con las leonas cerca. Susy volteó levemente su cabeza, tratando de no hacer el menor ruido y descubrió a una comadreja que le miraba desde el suelo con curiosidad.

 

- Oiga, ¿qué está haciendo ahí arriba? ¿Está abrazando al árbol? – dijo la comadreja arrastrando las palabras.

 

- ¡Shhh! no digas nada… - dijo Susy tratando de que sus palabras alcanzaran a ser oídas sólo por la comadreja más no por las leonas.

 

- ¿Cómo dice? – dijo la comadreja elevando un poco más la voz.

 

- Que te calles… - dijo Susy empezando a perder la paciencia.

 

- ¿Por qué quiere que me calleeeeeeeeeeeeeeeeeee…?  unas leonas, ¡¡¡ay mamita!!! – Gritó la comadreja al verlas. Mas tardó en decir estas palabras que en desaparecer de la vista de Susy como alma que llevaba la sombra de la pradera.

 

Casi al mismo tiempo que la comadreja salía corriendo despavorida, Lena la leona saltó hacia este lado del árbol intrigada por los sonidos que había hecho la tal comadreja. Se topó casi de frente con Susy que, espantada, salió corriendo dándole la vuelta al árbol. Al hacer esto, apenas alcanzó a esquivar a la otra leona, la comadre que le trataba de atrapar por el lado contrario. Susy corrió como nunca lo había hecho en su vida. Beto le había dicho que las leonas eran peligrosas y ella le creía. A lo lejos alcanzó a ver a Tango y a su pandilla, que esperaban impacientes para participar del festín, del cual Susy no quería formar parte, mucho menos si consideras que tenían intenciones de que fuera el plato principal.

 

Susy escuchó el rugido de las leonas casi tan cerca como el latir acelerado de su corazón. Parecía que traía un tambor en el pecho que se movía casi tan rápido como sus patas en su afán de huir de las veloces leonas.

 

- Tras ella comadre. ¡Que no se escape! – Gritó Lena.

- Eso trato Lena. Vete por la derecha y yo la alcanzo por la izquierda.

 

Con estas instrucciones, Susy sabía que sólo le quedaba correr hacia enfrente. El terreno parecía moverse como si hubiera un terremoto frente a ella, pero esto era sólo producto de su imaginación. Sus pezuñas no estaban acostumbradas al terreno sin pasto para correr a toda velocidad y sentía que podía desmayarse o tropezar en cualquier momento.

 

Las leonas poco a poco iban ganando terreno, más acostumbradas que la jirafita a esos terrenos. Lena, que era quien estaba más cerca, alcanzaba a ver con claridad las manchas de color café y el pelaje amarillo oscuro de la jirafita agitándose hacia arriba y hacia abajo en su loca carrera alejándose de ellas.

 

De pronto Susy vio algo que le hizo tener más miedo aún. Frente a ella, se veía un charco justo en la dirección a donde ella se dirigía. Era demasiado tarde para cambiar el rumbo y esquivarlo. Las leonas estaban a ambos lados de ella y sólo le quedaba correr hacia enfrente. Lo único que le quedaba por hacer era tratar de atravesarlo sin resbalarse en su superficie mojada. Era lo único que podía intentar, aunque sabía que era imposible correr a esa velocidad en un charco resbaladizo y no caer.

 

Susy entró al charco que ya sólo tenía una pequeña capa de agua, pues el resto se había convertido en lodo y como era de esperarse, sus patas no pudieron sostenerse en el lodo resbaladizo y nuestra querida jirafita cayó cuan larga era dentro del agua fangosa, dando varias vueltas dentro del charco salpicando todo su cuerpo cada vez que rebotaba y caía de nuevo dentro de él.

 

Splish, splash, vuelta, splish splash, vuelta, splish splash…

 

Cuando terminó de dar la cuarta vuelta, Susy estaba en el centro del charco convertida en una enorme figura de chocolate. Lo único que no había quedado cubierto de lodo eran sus ojos que miraban a las leonas detenidas en la orilla del charco maloliente.

 

- ¿Qué hacemos Lena? – dijo la comadre sin saber que hacer.

- Pues nada comadre. Yo no me voy a comer una presa que esté toda llena de lodo, y con lo payaso que es Leoncio, ni lo pienses.

- Ay pues yo tampoco, al fin que ni me gustan las jirafas…

- Vamos a ver si encontramos una gacela por ahí… ¿qué dices?

- Pues vamos, de paso le consigues un jabalí al payaso de Leoncio

- ¡Hey! nadie le dice payaso a mi Leoncio…

- Tú le dijiste, ¿no?  

- Si, pero yo si puedo, tú no…

 

Y entre cuchicheos, aquellas leonas se fueron desapareciendo de la vista de Susy, quien estaba cubierta por completo de lodo, pero feliz de no haber sido el desayuno de leones. Al verse así, recordó a su amiga Cora, toda llena de lodo, retozando a la orilla del río. ¡Cuánto daría por verla ahora! Le debía una disculpa y la próxima vez que la viera le diría que ella también era ya parte de los amigos del lodo. Casi sintió ganas de soltarse riendo como una loca mientras, a lo lejos, Tango le observaba con enojo y con decepción.  Tendrían que hacer algo más para conseguir comida si querían seguir siendo “hienas con la pancita llena”.

 

Susy se levantó del charco maloliente como pudo y empezó a caminar siguiendo el curso del charco. A pesar del olor desagradable del lodo que le cubría, sentía su cuerpo fresco y recordó por qué los hipopótamos se cubrían su cuerpo de lodo. Ella era una jirafa y no lo necesitaba, pero su amiga Cora y su familia, sí lo tenían que hacer para que su piel sin pelos no fuera quemada por el sol.

 

Tras un pequeño recorrido que se le hizo eterno mientras miraba de reojo a las hienas que le seguían a una corta distancia, la jirafita escuchó el familiar sonido del agua del río moviéndose lentamente en su lecho. Aunque no era el mismo lugar donde habitaban ella y su familia, el simple hecho de ver su río le hizo sentir como si estuviera en casa, con los suyos. Feliz como una lombriz que se hace pis en un país de cara gris, pensó mientras recordaba a su amigo Beto y se metió al agua saltando y jugando con júbilo. Estaba radiante mientras se iba quitando el lodo con el agua cristalina del río. Tras remover capa tras capa de aquel lodo pegadizo, iba resurgiendo la hermosa jirafita que no sabía cantar, pero sabía mover los corazones de quienes vivían a su alrededor.

Retozó en el agua por un muy buen rato hasta que su estómago le avisó, con pena y todo, que tenía mucha hambre. Se acercó a la orilla para arrancar unas ramas del árbol que estaba más próximo a la orilla.

Era el delicioso sabor de los árboles que crecían junto a su hogar. Saboreó sus hojas masticándolas con lentitud y dejando que resbalaran por su largo cuello poco a poco.

 

Susy no sabía qué tan lejos estaba de su casa, pero si sabía que caminando por el borde del río llegaría a ella, así le llevara un día, tal vez dos, pero seguramente llegaría. No le importaba que tardara ni que sus papás la fueran a castigar… lo importante antes que todo era poder volver a su hogar. Volver…

La jirafita empezó a caminar por la orilla del río. Era todavía de mañana pero pronto llegaría la tarde. A lo lejos, se veían las tierras oscuras abrazando la orilla del río como si fueran dos enormes brazos negros que estuvieran agarrando una serpiente de agua. En medio había una extraña figura que parecía un montecito hecho de puras piedras blancas alargadas amontonadas unas sobre otras hasta alcanzar una altura aún mayor que su estatura, tal vez hasta mayor que la estatura de su papá. Susy nunca había visto nada parecido, pero no quiso arriesgarse a encontrarse con las leonas de nuevo y prefirió mantenerse cerca del cauce del río.

 

A lo lejos, aún en las tierras oscuras, Tango y su hermano tripas la seguían en silencio. Lo preocupante para Susy, si lo hubiera sabido, es que no había rastros de Luba ni de Gensa.

Capítulo 8. Entre huesos de elefante

 

Susy sintió que no todo estaba bien cuando dejó de escuchar cosas… sonidos que la habían acompañado todo el trayecto, sonidos como el canto de los grillos y los suaves murmullos de las criaturas que habitan a la orilla del río dejaron de escucharse de pronto. En su lugar quedó el silencio… bueno, no exactamente. Si ponías mucha atención podrías haber escuchado el sordo golpeteo de algo contra el suelo. Era un sonido tan leve que cualquiera podría haberlo pasado por alto. Hasta Susy lo había ignorado al principio, pero ahora lo escuchaba con más fuerza cada vez.

 

Llevaba un buen rato caminando de regreso a casa, pero el día era muy joven aún. Ni siquiera le dolían sus piernas por la caminata aún y ahora estaba pasando a un lado del montículo de piedras blancas que había visto antes, excepto que… no eran piedras, parecían más bien como unos enormes huesos amontonados o algo parecido, pero al menos piedras no eran. Susy no lo sabía aún, pero estaba pasando junto a un cementerio de elefantes; uno de esos lugares a donde los elefantes van a morir cuando ya están muy viejitos y cansados. Con el tiempo, sólo quedan los huesos de los elefantes y se van amontonando formando grandes cerros de huesos como esos que Susy había visto y que había confundido con rocas alargadas desde lejos.

 

Susy escuchó unos gruñidos y pensó inmediatamente que las leonas habían regresado por su jirafa de chocolate. Ese había sido el origen de los sonidos en la tierra. Era un grupo de animales que venía a toda velocidad tras ella, pero no eran las leonas. Eran unos animales que tenían su piel manchada con dos colores, así como Susy pero se parecían más a las leonas que a ella. Eran tres leopardos. Detrás de ellos les seguían, tratando de correr tan rápido como los leopardos, las hienas. Seguramente, al no tener éxito con las leonas, los dos malolientes rufianes que faltaban en el grupo, habían buscado nuevos aliados que les ayudaran. Susy empezó a correr muy rápido esperando dejarlos atrás antes de que la pudieran alcanzar. Al hacer esto se tuvo que alejar un poco del cauce del río pues la orilla estaba algo mojada y tenía miedo de resbalarse. Susy vio con mucha angustia que estos animales corrían más rápido que ella y que poco a poco iban ganando terreno.

 

Al llegar a la orilla del cementerio de elefantes, se dio cuenta de que no podría escapar de ellos corriendo solamente, ¡necesitaba hacer algo urgentemente! Ya no podía regresar al río porque los leopardos se hallaban justo en el medio y no podía regresar atrás porque le estorbaba el monte de huesos. Se fue acercando hasta el punto donde se unía una formación de piedras filosas con los huesos. En el medio quedaba una especie de túnel que quedaba muy por debajo de su estatura. Susy se agacho lo más que pudo y trato de entrar por ese túnel sin saber lo que iba a encontrar ahí adentro. Los leopardos se habían acercado tanto que habían dejado de correr y poco a poco iban cerrando el circulo sobre la aterrada jirafita.

 

Susy se volvió a agachar lo más que pudo, intentando bajar las piernas tal como lo había hecho cuando sus papás le habían castigado apenas el día anterior. Sintió el crujir de sus músculos, pero no le importó. Necesitaba bajar un poco más para poder librar la altura del túnel. Finalmente, cuando ya los leopardos estaban a unos pasos de ella, pasó su cabeza por debajo el túnel. Su cuerpo aún luchaba contra el techo donde las piedras y los huesos habían formado una especie de arco y la jirafita dio un jalón más, un intento desesperado por salvar su pellejo. sintió el aliento de los come-carne casi tocando su colita y entonces sintió como su cuerpo lograba pasar el túnel por fin. Al hacer esto, provocó que los huesos y las piedras del túnel se cayeran haciendo un espantoso ruido de huesos entrechocando entre sí. El leopardo que iba hasta enfrente y que casi le había mordido sus pompis, recibió todas las piedras y los huesos en su cabeza y quedó ahí atrapado y sin poder moverse. Al caer huesos y piedras quedó bloqueado lo que parecía ser la única entrada o salida al interior de aquel cementerio de elefantes. Los otros dos leopardos se lanzaron a tratar de escalar por los lados provocando nuevos amontonamientos de huesos que caían a su lado.

 

- Ustedes pueden! – Gritó una voz y Susy reconoció el tono inconfundible del que se hacía llamar Tripas en el grupo de hienas.

- ¡Pues ven tú a ayudarnos si crees que es fácil, Trapos!

- Tripas! – Corrigió la hiena.

- Si, lo que sea. Parece que no hay por dónde entrar amigo. – dijo la misma voz.

- Además a mi este lugar siempre me da miedo. – dijo el otro Leopardo apenado. El tercero sólo dijo:

- Dhabengghme deeg khuiii. – Que en el lenguaje de los leopardos atrapados entre piedras y huesos quiere decir “sáquenme de aquí”

- No se rindan Leopardos cobardes. – dijo Tango.

- ¿A quién le dijiste cobarde, hiena asquerosa?

- Aah, quise decir… no se rindan… - dijo Tango en un tono mucho más humilde. Susy apenas podía oír las voces del otro lado de su refugio, pero se dio cuenta de que Tango tenía miedo y había abierto la boca de más.

- Di que eres una hiena asquerosa y pide perdón… - dijo la misma voz.

- Dhabengghme deeg khuiii. – dijo de nuevo el leopardo atrapado.

- Leopardito es que mira…

- Dije que pidas perdón, hiena asquerosa…

- Lo siento…

- No, aún no lo sientes, cuando termine contigo y con tu coro de niñas igual de asquerosas que tú, entonces lo vas a empezar a sentir…

- Señor Leopardo. Disculpe, pero le quería aclarar que nosotros no somos niñas. Nos llaman hienas, aunque seamos machos, pero eso no…

- ¡Silencio! – Interrumpió el leopardo a Gensa, que era quien había hablado.

- Bueno, yo sólo quería aclarar para…

- ¡¡¡Dije que te callaras!!! – Rugió el leopardo muy molesto. Esta vez Gensa prefirió guardar silencio. - Vámonos Leopardos. Aquí apesta a hiena asquerosa.

- Es que Tango no se puso perfume hoy. – dijo Tripas. Los leopardos rieron y hasta las hienas soltaron esa risita desesperante que Susy había empezado a detestar.

- Dhabengghme deeg khuiii. – Gritó una vez más el leopardo atrapado.

- Tú quédate allí para que se te quite lo tarado. – le respondió el líder.

 

Y sin esperar más, los dos leopardos restantes se alejaron del lugar dejando a su compañero atrapado y a las cuatro hienas muertas de hambre.

 

- ¿Y si nos esperamos a que este leopardo se muera y nos lo comemos?  - dijo Tripas.

 

- Yo no como porquerías. – dijo Tango.

- Pues yo sí. – dijo Tripas y Luba lo secundó agitando la cabeza.

- Vámonos de aquí. Ahorita se va a soltar este leopardo y no quiero estar aquí cuando te agarre por querértelo comer.

- Ay nanita, vámonos mejor. – dijo Gensa.

- Dhabengghme deeg khuiii. – Gritó el leopardo una vez más.

 

Pero las hienas y los otros leopardos ya se habían marchado.

 

Susy, mientras tanto, empezó a explorar el lugar. Tal como se lo temía, ese túnel que acababa de derrumbar era la única entrada y también la única salida a esa trampa en la que se había metido. Parecía como si fuera un estadio de fútbol con los huesos de un lado, las piedras filosas del otro y la cancha en medio. Susy dio varias vueltas por todo el lugar antes de darse por vencida y convencerse de que no había otra salida. Estaba atrapada. Tanto esfuerzo para huir de las leonas, de las hienas y de los leopardos para terminar encerrada en un cementerio de elefantes cuya única salida había sido destruida por ella misma.

 

Susy empezó a llorar. No era un llanto de berrinche ni de desesperación. Era un llanto de tristeza porque en el fondo de su corazón, ella sabía que todo esto le había ocurrido solamente por causa de su desobediencia. Si ella no le hubiera hecho caso a Tata la Rata, nada de ésto habría sucedido… si ella hubiera…

 

Susy escuchó algo. Era como un susurro que provenía de la calavera de un elefante con sus colmillos de marfil medio enterrados en la tierra y sus ojos, bueno, más bien los hoyos donde alguna vez estuvieron sus ojos, mirando hacia arriba como si estuviera contemplando las nubes.

 

Susy inclinó un poco su largo cuello y paró la oreja para tratar de escuchar un poco mejor esos ruidos. Como un murmullo, alcanzó a escuchar dos pequeñas voces que cuchicheaban.

 

- Shhh… guarda silencio… te digo que está llorando.

 

(Susy no alcanzó a escuchar lo que le contestaban)

 

- No lo sé. Creo que está sola y por eso llora…

 

Susy tuvo que bajar aún más su cuello y finalmente pudo escuchar la segunda voz, aunque muy quedamente.

 

- Pobrecita, ¿por qué estará sola?

-  Pues quien sabe… tal vez a ella también se le zafó una canica y se fue de su hogar…

- José Ratón! – dijo entre murmullos la segunda voz, claramente una voz femenina. José Ratón respondió:

- ¿Que quieres Ratonieta? Cada que veo a un animalito sólo en el bosque me acuerdo de mi hija…

- Shhh, no hables tan fuerte, podría escucharnos…

- Necesitamos hacer que se vaya pronto. – dijo José Ratón. - No es bueno tener visitantes por aquí.

- Eres un ratón gruñón y malhumorado… - dijo Ratonieta.

- Y tú, una ratona fastidiosa.

- Hola señores ratones, me llamo Susy. – dijo Susy asomándose su cabeza entre los huecos de los huesos que quedaban del elefante.

- Ay mamita Ratonchela, ¡que no me coma! – Gritó José Ratón asustado. Quiso correr, pero se pegó con un colmillo del elefante y cayó al suelo quedando cómicamente sentado.

- Siento haberlos asustado. – dijo Susy apenada y aclaró. – Soy una jirafa.

- Ya sé que eres una jirafa. – dijo José Ratón medio recuperado del susto y sacudiéndose el polvo que había recogido en la caída.

- Es que le quería decir que las jirafas no comemos ratones.

- Eso también ya lo sé. No tienes por qué decirlo. – respondió el ratón con impaciencia.

- Entonces no deben tenerme miedo. Yo tengo una amiga que es una ratona como ustedes.

- Hola jirafita. Perdona al gruñón de mi marido. Mucho gusto, me llamo Ratonieta para servirte. Mi marido el gruñón se llama José Ratón. ¿Qué haces por aquí Jirafita Susy?

- Estoy perdida Ratonieta. Me persiguieron unas cosas con manchas…

- Se llaman Leopardos. Vimos cuando te venían persiguiendo. – dijo José Ratón un poco repuesto del susto.

- Bueno, esos… leopardos, me querían comer… - dijo Susy con voz quebrada.

- Ya. No tengas miedo. Esos leopardos ya no regresarán por acá. Ya no tienes nada que temer. – dijo Ratonieta.

- Es que ya no sé cómo salir de aquí. Estoy atrapada. – dijo Susy. Por el tono de su voz se notaba que estaba realmente preocupada.

- Pues muy fácil, usa la salida del otro lado. – dijo José Ratón.

- ¿Se te olvida que Susy mide muchas veces lo que mides tú, pequeño… esposo?

- ¡No soy pequeño! – dijo José Ratón.

- Para ella sí. – respondió Ratonieta. Al hacer volteó a ver a su esposo de una hojeada y a Susy empezando por sus largas piernas, pasando por su delgado cuerpo para seguir con su largo, largo, largo cuello. – Creo que sí lo eres. – Remató.

- Bueno está bien. Este lugar no está hecho para que entren jirafas y mucho menos para que salgan.

- ¿Entonces… qué puedo hacer, amigos? – dijo Susy.

- No lo sé, pequeña. Casi nadie pasa por aquí. Sólo los elefantes y ellos no nos dejan acercarnos a ellos…

- ¿Por qué los elefantes le tienen miedo a los ratones? He escuchado eso. – Preguntó Susy. Su amiga Tata la rata le había dicho que no podía estar cerca de los elefantes porque ellos se ponían a brincar como locos y tenía miedo de que la fueran a pisar.

- Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo, un ratón se acercó hasta donde estaba comiendo un elefante. – dijo Ratonieta. - El elefante lo vio y pensando que era un enorme trozo de cacahuate, lo quiso tomar con su trompa. El ratón se asustó tanto que se zafó y se metió dentro de la trompa del elefante, y este sintiendo al ratón dentro empezó a correr por todos lados y derribó varios árboles, golpeó contra otros elefantes que estaban junto y dio esos gritos fuertes que dan los elefantes con su trompa hasta que el ratoncito salió de su trompa. El también tenía mucho miedo pues no le había gustado estar dentro de la trompa del elefante, pero los demás al verlo, salieron corriendo en estampida y todo lo que los otros animales vieron fue a ese grupo de enormes elefantes huyendo del pequeño ratón que se había quedado detrás. Desde entonces los elefantes no soportan que estemos cerca de ellos y los otros animales piensan que nos tienen miedo.

- Esa es una gran historia, Ratonieta. – dijo Susy al imaginarse la escena. Habría sido divertido ver aquello. 

- No para el ratón ni para los elefantes, te lo aseguro. – dijo José Ratón.

- ¿Y ustedes por qué están aquí?

 - Aquí vivimos. – Contestó Ratonieta con voz apagada, como si el decirlo le hiciera ponerse triste.

- ¿Aquí en un lugar con huesos de elefante? ¿Por qué?

- Aquí nadie nos molesta, además ya no tenemos nada desde que…

- ¡Ya no digas más, ratona! – Gritó José Ratón. Se veía molesto de pronto.

- Yo sólo quería decir que vivimos aquí desde que dejamos de buscar…

- Ella no tiene por qué saberlo. – Le interrumpió de nuevo José Ratón.

- ¿Saber que, Ratonieta?  - Preguntó Susy intrigada.

- Nada que te importe saber a ti, niña. – dijo José Ratón. Al decir esto se alejó hasta el otro lado del claro.

- Ha sufrido mucho Susy, no lo juzgues muy duramente. Se siente viejo y sólo y no deja de culparse por todo lo que nos sucedió.

- ¿Que sucedió? ¿Es eso de lo que él no quiere hablar? – Contraatacó Susy. Tenía curiosidad por saber porque ese par de viejos ratones vivían entre los huesos de unos elefantes. A estas alturas ya había hasta olvidado que estaba ella misma atrapada en el mismo lugar que ellos. Sólo que ellos podían salir cuando quisieran y ella no. Ella estaba atrapada por causa de su cuerpo, pero sospechaba que ellos lo estaban por causa de su corazón.

- Es una larga historia pequeña. Es sólo una historia de ratones que no creo que quieras escuchar.

- Pues si no te molesta, Ratonieta… me gustaría escucharla.

- Está bien, te la contaré, pero presta mucha atención. – dijo Ratonieta.

 

A lo lejos, el viejo ratón les miraba con ojos llorosos puesto que el también estaba recordando la historia que los había traído hasta ahí.

Capítulo 9. Una historia de ratones

 

 - No éramos una familia ejemplar, pero nos queríamos mucho, ¿sabes amiga Susy? A veces las familias que se quieren se hacen daño sin quererlo. Eso nos pasó a José Ratón y a mí. – dijo Ratonieta al empezar su relato.

 

Ratonieta subió diestramente por el colmillo donde su esposo José Ratón había tropezado cuando se asustó al ver a Susy. Llegó hasta el final del colmillo y subió hasta el descomunal cráneo hueco que alguna vez fue la cabeza del elefante. A esta altura, Susy sólo tenía que inclinar un poco su cuello para escucharla y no tenía que estar casi pegada al suelo como estaba antes. 

 

- ¿No tuvieron hijos? – Preguntó Susy acercándose a Ratonieta. Ésta contestó:

- Si, tuvimos una hija que quisimos con toda el alma. Se llamaba Renata.

- ¿Y qué pasó con ella?

- No lo sabemos Susy… por eso José Ratón vive triste… nunca supimos qué pasó con nuestra hijita.

- ¿Por qué? ¿Se las robaron? ¿Se les perdió?

- Susy, deja que te platique como fueron las cosas para que entiendas bien.

- Está bien Ratonieta, te escucho. – dijo Susy posando sus enormes ojos en la ratona.

- Nosotros éramos como cualquier familia con sus errores y defectos, con sus luchas y con sus problemas… con sus risas y con sus lágrimas. Queríamos mucho a nuestra hija y cuando ella recién nació, tuvo tantos problemas porque estaba enfermita que llegamos a pensar que…

- ¿De qué estaba enfermita? – Preguntó Susy interrumpiendo su relato.

- Ella no quería comer mucho. Le dolía su pancita y no quería tomar lo que le dábamos. Teníamos mucho miedo de que se pudiera enfermar más y la estuvimos protegiendo mucho hasta que pudo crecer y valerse por si misma. Su papá la adoraba y siempre regresaba del campo con comida para todos, pero siempre traía algo especial para su pequeña.

- Y ¿qué pasó entonces…?

- Pues ella empezó a crecer y a querer hacer cosas por ella misma. A veces, cuando quería hacer algo como agarrar los granos de comida de sus primos o tirar la comida de su papá, la regañábamos y ella se quedaba llorando por mucho tiempo hasta que su papá iba y la consolaba. Creo que debimos haberla dejado llorando más y debimos haberla consentido menos porque cuando siguió creciendo, se volvió una ratoncita grosera e impaciente. No le gustaba que le dijéramos lo que tenía que hacer y a veces, cuando yo quería llamarle la atención, su papá no me dejaba.

- ¿Por qué no te dejaba? 

- Porque la amaba mucho y no quería verla llorar.

- ¿Pero cómo iba ella a saber que se estaba portando mal si no se lo decían ustedes? – dijo Susy. – Los papás regañan, no porque quieran hacerlo sino porque lo tienen que hacer.

- Pues eso lo entiendo ahora. Antes no lo entendíamos y no queríamos hacerla llorar. – Aceptó Ratonieta.

- Un día, Renata se acercó demasiado a unos elefantes que iban pasando cerca de nuestra ratonera. Renata sabía que estaba muy prohibido acercarse a los elefantes porque podía ponerlos nerviosos y nos podrían aplastar.

- ¿Y qué pasó después? 

- Bueno, pues nuestra niña no nos hizo caso y al verla, los elefantes corrieron lejos de ella y uno de ellos fue hacia donde estaba toda nuestra familia, primos, hermanos, vecinos, todos los que vivíamos en ese lugar. Recuerdo que nos escondimos en los arbustos, todos asustados, pero el elefante pisó nuestras ratoneras y todo lo que había cerca. Era tanta su desesperación que no podía parar y nosotros sólo podíamos ver cómo se iba destruyendo nuestro espacio. Cuando finalmente se lo llevaron, nuestras ratoneras de todos los ratones que vivíamos ahí era un campo de batalla.

- ¿Y Renata les pidió perdón?

- Claro que no, ella no estaba acostumbrada a pedir perdón y no quiso hacerlo. Sus tíos y primos se enojaron tanto que se fueron de ahí para hacer una nueva ratonera, lejos de nosotros.

- Pero ella debió saber que había cometido un error… - dijo Susy.

- Y yo creo que lo sabía, pero no sabía como disculparse. Supongo que tenía muy grande su orgullo y muy cortita su humildad.

- ¿Y luego que pasó, Ratonieta?

- Esa noche José Ratón habló con ella. Le dijo que estaba mal lo que había estado haciendo y que había puesto en peligro a toda la familia con sus acciones irresponsables. Renata lloraba, pero no de sentimiento sino de rabia con su papá. Le dijo que él no la quería y que por eso la estaba regañando.

- ¿Él que le contestó? – Preguntó Susy de nuevo. quería saber que había pasado con la historia de sus nuevos amigos ratones.

- No le contesté nada. – dijo José Ratón a sus espaldas. – Sólo le dije que se fuera a dormir y que estaba castigada.

- Ella se fue de ahí y pensamos que estaba cerca, llorando por lo que su papá le había dicho pero al día siguiente vimos que había desaparecido, no había dejado ni rastro de ella, ni dijo a donde iba ni nada. Ese día, José Ratón la buscó por todos lados y no la encontró…

- Le seguí la pista hasta un lugar en el que me dijeron unas lagartijas que la habían visto que se quedó a dormir. – Continuo José Ratón. - No había rastros de ella y regresé por Ratonieta para que me ayudara a buscar. Dejamos todo detrás y anduvimos mucho tiempo buscándola. – Se quedó un momento con la mirada posada en sus recuerdos y, cuando Susy pensó que ya no seguiría hablando, continuó. 

- Cuando llegamos al valle de los esqueletos de elefante, había por aquí una araña que nos dijo que había visto a un ratón y que lo había capturado uno de los depredadores. Ella creía que lo habían alcanzado y se lo habían comido. Cuando nos dijo cómo era el ratón, nos dimos cuenta de que era nuestra Tata porque la describió tal como…

- ¿Como dijiste que se llamaba? – Brincó Susy.

- Bueno, mi hija se llamaba Renata, pero yo le decía Tata. Era el único que le decía así…

- Es que no puede ser… - dijo Susy asombrada por la coincidencia.

- Si, a nosotros nos costó trabajo entenderlo también pero finalmente decidimos quedarnos aquí, ya sin ánimos de seguir luchando. – dijo Ratonieta. – José Ratón está enfermo y ya no podemos estar en esos lugares peligrosos…

- Pero es que no puede ser… - Repitió Susy la Jirafita.

- Pero lo es, amiguita. – dijo José Ratón. – Yo ya lo acepté…

- ¡No, es que yo sé dónde está su hija! – dijo Susy emocionada.

- Es inútil que intentes darnos ánimo amiguita, ya no la esperamos ni José Ratón ni…

- Es que ustedes no entienden, yo sé donde está, es mi amiga, es la ratona de la que les hablé…

- No puede ser amiguita. Debe ser otra ratona.

- Créanme, ella me platicó también su historia y me dijo que sus papás le habían abandonado. Todo encaja.

- Pero nosotros no la abandonamos… - dijo José Ratón.

 

- Ya lo sé, pero ella piensa que sí lo hicieron porque cuando regresó, ustedes ya no estaban en su ratonera. Mientras ustedes le buscaban ella pensaba que le habían abandonado. Había vuelto para pedirles perdón por haber huido, pero no los vio y se sintió tan triste y abandonada que se fue de ahí para siempre…

- ¿Es verdad eso que nos dices, amiga jirafita? Mi pobre Tata. – dijo José Ratón. – Todo este tiempo, solita.

-  No es posible… - dijo Ratonieta. Le costaba aceptar que su hija estuviera viva después de todo ese tiempo convenciéndose de que había sido devorada por un come-carne.

- Pero lo es. Vengan conmigo para que la vean y puedan volver a reunirse con ella.

- Pero… no lo sé. Tal vez… ella no quiera hablarnos. Tal vez no quiera saber más de nosotros. – dijo José Ratón con sus ojitos brillantes por la emoción y el miedo.

- Bueno, pues eso nunca lo van a poder averiguar si no vienen conmigo. – dijo Susy. De pronto había olvidado que no podía salir de ese lugar aún y no había modo visible de que pudiera regresar a casa.

 - La verdad es que tenemos miedo de volver a ilusionarnos para nada, Susy. – dijo Ratonieta. Ella también tenía miedo al rechazo, miedo a que Susy le estuviera mintiendo, que se hubiera confundido de ratona, tantas cosas que giraban por su ratonil cabeza.

- Pueden tener miedo si quieren, así como yo tuve miedo de los leopardos y las leonas, pero eso no debe impedir que vayan por su hija. Ella los extraña también y está muy solita.

- ¿Está solita? ¿Está triste? ¿Cómo lo sabes?

- Bueno, yo la he visto como se pone triste cuando habla de…

 

Susy calló al escuchar que los huesos de los elefantes crujían y empezaban a agitarse. 

 

 - ¡Ay mamá Ratonchela! – dijo José Ratón subiendo al colmillo de marfil con su esposa.

- ¿Qué es eso? – dijo Susy. – ¿Serán los leopardos de nuevo?

 

No. No eran los leopardos. Era alguien más, alguien que la jirafita jamás pensó que pudiera venir en su auxilio. Susy estaba a punto de recibir otra lección más de humildad en ese viaje que le había traído tantas sorpresas juntas. 

Capítulo 10. El rescate de Susy

 

Susy se quedó muy quieta mientras veía los montones de huesos temblar por algo que los estaba moviendo desde afuera. Buscó con la mirada un lugar donde pudiera esconderse en ese pequeño espacio y no encontró nada. No era tarea fácil ocultar a una jirafa; más alta que todos los demás animales, en un espacio tan pequeño. A su lado cayó un costillar seco que se rompió con un seco crujido. Se imagino que serian los leopardos que tal vez habían regresado con ayuda, pero de alguna manera lo dudaba. Tal vez habrían sido sus padres que la habían encontrado, pero ellos no tenían manera de saber a donde estaba ella. No, no creía que fueran a ser sus padres. José Ratón y Ratonieta estaban también sorprendidos de todo el ruido que se había dejado escuchar en su tranquilo hogar.

 

- Ay mamacita Ratonchela, que no me coman, que no me coman. – decía José Ratón mientras se mordía su patita izquierda.

- Ya José Ratón, deja de estar llorando. – Le dijo Ratonieta en un susurro.

- No, no tengo miedo…

- ¿Entonces por qué te estás mordiendo la patita?

- Eh, ¿cuál patita? – dijo José Ratón soltando su patita mordida.

- Shhh, Silencio… - dijo Susy con voz muy bajita.

 

Justo en ese momento, se abrió un boquete entre los huesos que estaban frente a ellos y como una enorme roca gris surgió un elefante que barritó buscando a Susy. Cuando la encontró, se acercó a ella con su enorme trompa levantada. Susy lo reconoció. Era el papá del elefantito con el que había peleado dos días atrás.

 

- Señor elefante… ¿Qué hace usted aquí? No me haga daño por favor… - dijo Susy totalmente confundida. No sabía qué estaba haciendo el elefante ahí con ella, pero sabía que la última vez que lo había visto no se habían despedido como los mejores amigos.

- No, no te preocupes jirafita. Hemos venido a rescatarte. – dijo el elefante. Al decir esto entraron la mamá elefanta y otros dos elefantes de su grupo. Susy busco al elefantito entre ellos, pero no lo encontró.

- Gra…gracias…- dijo Susy todavía confundida. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué la señora elefanta estaba ahí y por qué no estaba enojada con ella? ¿Por qué la habían ayudado si ella sólo se había burlado de su trompa y de sus pompis cuando estaban en su territorio?

- No hay de qué, jirafita. Como ves, a veces los elefantes servimos para algo más que para recibir burlas de jirafitas groseras…

- Lo siento, señor, no fue mi intención… - dijo Susy a manera de disculpa. El Señor elefante le interrumpió

- Si fue tu intención, jirafita. Prefiero escuchar que digas que lo sientes a que quieras justificarte con una mentira.

- Lo siento. No sabía lo injusta que fui con ustedes. Ahora ya lo comprendí y quiero disculparme con ustedes.

- Disculpa aceptada. Sólo trata de ser una mejor jirafa la próxima vez - dijo el señor elefante. La mamá elefanta la contemplaba sin acercarse a ella. Susy supo que era hora de empezar a ponerle hojas nuevas a su árbol. Se acercó a la elefanta y agachando su cabeza, en parte para mostrarse humilde y en parte para quedar a la altura de la elefanta le dijo:

- Señora, lo siento mucho. Fui una jirafa grosera y descortés. Le pido que me perdone…

- Hmmm. ¿Cómo sé que de verdad lo sientes? ¿Cómo sé que no te vas a seguir burlando de Elefito?

- Porque de verdad lo siento. Sólo le pido que me de una nueva oportunidad. Merezco que esté molesta conmigo, sé que lo merezco, pero no quiero que nadie más esté enojado conmigo. Ya no quiero ser una jirafita grosera.

- Lo dices sólo porque te salvamos…

-¡No! Ya lo platiqué con mi amigo el búho y le prometí que me iba a disculpar con ustedes cuando les viera. Nunca imaginé que iba a encontrarlos así, pero de cualquier forma me quiero disculpar.

- Está bien. Te disculpo. – dijo la elefanta y se dio la media vuelta para buscar a su hijo Elefito que los miraba con cara de elefante enojado desde fuera del área de los huesos.

- Señora…

- ¿Si? – dijo Mamá Elefanta, volteando a verla.

- ¿Le puedo pedir disculpas a su hijo?

- No creo que sea una buena idea. Pienso que él aún sigue molesto contigo.

- No importa señora. Le prometí a mi amigo Beto que lo haría. - Tal vez el siga enojado, pero yo ya no voy a tener la responsabilidad.

- Pues allá tú. Yo ya te dije que él no quiere disculparte. – dijo Mamá Elefanta y siguió caminando hacia donde estaba su hijo.

- Vamos niña, en marcha. Te irás con nosotros y te llevaremos con tus papás. – dijo el señor elefante.

- Si señor, sólo déjeme despedirme de unos amigos nuevos que tengo.

- ¿Nuevos amigos… donde?

- Aquí mismo. Son una pareja de ratones que conocí hoy…

 

Al decir esto Susy, los cuatro elefantes empezaron a retroceder hacia la salida, asustados ante la posibilidad de encontrar ratones en ese lugar.

 

- No tengan miedo, ellos no les harán daño. Son mis amigos. – dijo Susy.

- No creo que sea una buena idea. – dijo el señor elefante. Sus amigos agitaron su enorme cabeza hacia arriba y hacia abajo como diciendo que sí, también.

- Mejor despídete tú y nosotros te esperaremos acá afuera. – dijo el señor elefante.

 

Y sin esperar a que Susy contestara salió apresuradamente del lugar junto con los otros elefantes.

 

- Te dije que ellos nos tienen miedo… - dijo José Ratón con orgullo a su esposa en cuanto los elefantes se fueron.

- Hmmm, creo que no son los únicos que tienen miedo por aquí. – dijo Ratonieta con una sonrisa medio burlona. José Ratón sólo encogió los hombros.

- ¿Se irían conmigo para que los lleve con su hija?  - dijo Susy.

 

José Ratón saltó por la sorpresa y se dio de nueva cuenta en la cabeza con el colmillo de marfil. Ratonieta también se miraba inquieta.

 

- Creo que no podremos acompañarte amiga. Como viste, los elefantes no quieren cerca a los ratones…

- Si lo sé. – asintió Susy. – Creo que lo mejor es que le diga yo a Tata donde es que se encuentran ustedes.

- ¿Qué tal si ella ya no quiere saber nada de nosotros? – dijo José Ratón.

 

Susy vio los ojos del ratón y descubrió miedo. En la débil luz de la tarde que poco a poco iba cayendo sobre la pradera, Susy vio que José Ratón tenía aún más miedo de ser rechazado por su hija, a la que había creído muerta durante tanto tiempo, que a los enormes elefantes que habían invadido su hogar. Para este miedo José Ratón no tenía ni un “mamá Ratonchela” que lo protegiera.

 

- Eso lo tendremos que averiguar, ¿no creen? Sólo les voy a pedir que no se vayan a ir de aquí. Tata va a venir, yo se los prometo.

- Gracias Susy. Eres la jirafita más linda que conozco. – dijo Ratonieta abrazando a José Ratón.

- ¡Soy la única jirafita que conoces!

- Bueno, de todas maneras, eres la más linda…

- Gracias por todo, amigos. – dijo Susy y se despidió del par de ratones que le vieron partir en silencio hacia donde se hallaban los elefantes.

 

Susy llegó con el grupo de elefantes y todos le recibieron con mucha amabilidad. Bueno, todos menos elefito y sus amiguitos que no quisieron acercarse a saludarle. Tenía aún mucho enojo contra Susy. Cuando todos iban a avanzar, Susy recordó un pequeño detalle.

 

- Señor elefante. ¿Podemos hacer algo más antes de irnos?

- Mientras no tenga que ver con ratones… - dijo el señor elefante.

- No señor, tiene que ver con un leopardo grosero…

 

Susy le dio la vuelta al lugar bordeando la montaña de huesos que había quedado después de que los elefantes habían roto la mitad para liberar a Susy. La jirafita llegó hasta donde aún estaba atrapado el leopardo. Ya no decía “Dhabengghme deeg khuiii” Se veía cansado y sucio y cuando vio a la jirafita y al grupo de elefantes tuvo miedo y quiso huir, pero no pudo zafarse del montón de huesos y piedras que aún le cubrían.

 

- Señor elefante, ¿me podría ayudar por favor? – dijo Susy.

- ¿A qué quieres que te ayude? – respondió el señor elefante sin saber que era lo que Susy estaba intentando hacer.

- A levantar estas piedras y huesos que están encima del leopardo.

 

El señor elefante se acercó y empezó a quitar los escombros de encima del leopardo sin saber realmente si aquello era una buena idea. Cuando el leopardo se vio libre, intentó salir corriendo, pero tenía una pata lastimada y sólo pudo cojear por unos metros antes de detenerse por el dolor que le provocaba caminar.

 

- Puede irse señor leopardo. Usted me quiso comer, pero yo no estoy ya enojada con usted. Vaya y cúrese esa pata. Pórtese bien. – dijo Susy. Los elefantes le observaban en silencio y el leopardo, extendiendo su pata buena, toco la pierna de Susy y le dijo simplemente:

- Gracias. – Y sin esperar respuesta de Susy se fue cojeando hacia el lado opuesto a donde estaban los elefantes. Cuando hubo caminado unos pasos, se detuvo y volteando a ver a Susy, le dijo.

- Esto no lo olvidaré. – Y finalmente se alejó.

 

Mamá elefanta se acercó a Susy y le preguntó

 

- ¿Por qué hiciste eso? 

- Estoy poniéndole hojas nuevas a mi árbol… - dijo Susy y sonrió su encantadora sonrisa.

- ¿Eh? – dijo mamá elefanta. - ¿Cuál árbol?

- El árbol que nos mantiene unidos. -  dijo Susy y se alejó a donde se hallaba Elefito.

 

- Elefantito, el otro día me porté muy grosera contigo y quería pedirte perdón por lo que hice. Te prometo que ya nunca volveré a ser grosera contigo. – dijo a guisa de disculpa.

-  Ese no es mi problema, bola de manchas.

- Pero… sólo quiero pedirte per…

- No me pidas nada, llévate tus disculpas a otro lado. Esta bola de grasa no las quiere…

 

Y barritando con furia, se alejó de Susy la jirafita.

 


 

Capítulo 11. Susy y el elefantito grosero

 

Susy estaba verdaderamente hambrienta. No lo había notado antes, pero en cuanto se detuvieron en la orilla del río y vio unos árboles frondosos con hojas brillantes cubriendo sus ramas, sintió que la boca se le hacía agua y se detuvo a comerlas. Los elefantes también se detuvieron un rato a descansar. Aunque Susy quería llegar cuanto antes con sus papás, tenía que seguir el paso lento de los elefantes porque no quería ser descortés con ellos y porque además no quería quedarse sola por si las hienas, las leonas o los leopardos volvían a intentar atacarla.

 

Era ya muy tarde. La pradera tenía ese color rojizo que le da el sol cuando ya se va a dormir. Susy sabía que pronto sería de noche y seguramente tendrían que detenerse en algún lugar para descansar. Eso no le molestaba a la jirafita. Tenía muchas ganas de volver con sus papás, pero sabía que llegando le esperaba un castigo ejemplar y aunque sabía que lo merecía, no sentía que estaba preparada aún para enfrentar el enojo de sus papás.

 

Por otro lado, Elefito no había dejado de molestarla en todo el viaje. Le había mostrado la lengua que asomaba cuando subía la trompa cuando nadie más los miraba, caminaba como borrachito y la empujaba como por descuido, aunque ambos sabían que él lo hacía a propósito.

 

Por la tarde, cuando Susy se acercó al lecho del río para beber agua, Elefito le siguió y se metió adentro del río salpicando ruidosamente la orilla donde se hallaba Susy.

 

- Para que se te quite lo cochina, jirafa fea. – dijo Elefito y se fue balanceando de un lado a otro, como gozando su triunfo.

- Elefito, no estés enojado conmigo…

- No estoy enojado, ¿Quién te dijo que estoy enojado? Sólo vine a tomar agua, jirafa tonta.

- ¡No soy tonta! – contestó Susy.

- Si lo eres; te crees mucho pero no eres más que una hiena asquerosa que le estiraron el cuello.

- ¡No lo soy, mientes! – respondió Susy ya impaciente. sintió que le iba a ganar el enojo y antes de cometer otro error recordó lo que le dijo su amigo Beto:

“Si tú te enojas por lo que alguien te dice, entonces lo estás haciendo tu problema. Si no dejas que te afecte entonces sigue siendo su problema”

 

- ¡Sí lo eres, una hiena apestosa llena de manchas! – siguió atacando Elefito.

- Con permiso. – dijo Susy dejando a Elefito aún más enojado que antes.

- ¡No te vayas jirafa tonta!

 

Eso había pasado hacía apenas un rato. Los amiguitos de Elefito también le lanzaban miradas enojadas, pero al menos no le hacían ni le decían nada. Mamá Elefanta se había acercado para preguntarle si estaba bien y ella le había dicho que sí. En realidad, se sentía muy triste y sola porque nadie quería estar con ella. Sabía que no podía hacer nada ahora que la noche se acercaba, pero de cualquier manera sentía ganas de llorar.

 

La noche llegó. Los elefantes se reunieron alrededor para platicar un rato antes de dormir. Susy quedó en el círculo, aunque nadie parecía notar que estaba ahí. Los elefantes mayores habían sido amables y no tenía ninguna queja en cuanto a ellos, pero las constantes burlas de Elefito le habían puesto de muy mal humor.

 

-Adivinanza, adivinanza. – dijo Elefito a los otros elefantes reunidos. – ¿Alguien sabe qué es, qué es que tiene piernas largas y le apestan los pies?

- ¿Qué es, que es? – Corearon los pequeños mientras los grandes guardaban silencio.

- Una jirafa apestosa. – dijo Elefito mientras los demás pequeños reían.

- ¡Elefito! No seas grosero. – respondió su mamá jalándole suavemente su grande oreja con la trompa.

- Oh mamá, pues es una adivinanza. – dijo Elefito tocando su oreja castigada con su trompita.

- Otra, otra… - dijo otro elefantito. - Que es que es que se come los árboles y no le ves?

- ¿Qué es, qué es? – Corearon todos.

- Una jirafa tragona. 

- Eleuterio Paquidermo. – dijo su mamá al elefantito. Esta vez no hubo jalón de orejas.

- Uno más, uno más. – dijo otro elefantito. 

 

“Quedan dos más” pensó Susy al contar al grupo.

 

- ¿Qué es que es que piensa que dos son tres? – dijo el tercer elefantito. Elefito contestó inmediatamente

- Una jirafa tonta.

- Siiii. – Dijeron los demás.

- Te me vas a dormir inmediatamente, Elefo Paquidermo.

- Pero mamá…

- Pero mamá nada. – Barritó mamá Elefanta. Ya había tenido suficientes burlas para la jirafita.

 

Y refunfuñando, elefito se fue a dormir a un rincón. Los otros elefantitos le siguieron cuchicheando entre ellos y riendo.

 

- No te preocupes, pequeña. Ya no te molestarán estos elefantitos traviesos. Ve a descansar – dijo mamá elefanta.

- Gracias Señora. Creo que si lo haré. Tengo mucho sueño. – dijo Susy y se retiró a descansar como lo había sugerido la mamá de Elefito.

 

Susy se recargo contra el árbol donde anteriormente comiera las jugosas hojas y se quedó profundamente dormida. En su sueño, se veía a si misma corriendo por la llanura con sus amigos Cora y Rayas; Beto volaba sobre ellos y sus papás le seguían a distancia. A lo lejos, se veían las hienas observándoles sin atreverse a acercarse. Susy corría tan rápido que sus pies casi flotaban sobre el pasto amarillento.

 

“Miren cómo corro, amigos” le decía Susy a Cora y a Rayas.

“Ten cuidado Susy, sólo ten cuidado”- decía Cora en el sueño.

“Estoy volando” dijo Susy mientras veía como sus piernitas se elevaban en el aire hasta donde estaba su amigo Beto.

“Estás bien loca, jirafa boba” decía de pronto Elefito sacudiéndola en el aire. “Estás bien loca”.

 

- Estás bien loca. – dijo Elefito. Esta vez no era en el sueño sino en la realidad. Susy no estaba soñando, sino que estaba recargada en el árbol cuan larga era y Elefito la agitaba fuertemente con su trompa.

- No dejas dormir, patas de árbol. – dijo Elefito. – Estás diciendo puras tonterías. “mírenme, estoy volando, soy una jirafa tonta, blahblahblah” – Continuó imitando a Susy haciendo gestos ridículos mientras lo hacía.

- Deberías irte de una buena vez, no te queremos tener aquí… - Remató y se alejó de la jirafa balanceando, triunfante, su abultado cuerpo.

 

Susy se sintió muy triste al oír las palabras del elefantito. Aún después de mucho intentarlo, no había logrado que cambiara su actitud hacia ella. Beto le había dicho que, si se enojaba por lo que decía alguien como Elefito contra ella, lo hacía su problema. Lo que se le había olvidado decir al búho era que, si se ponía triste por lo que le decían injustamente, también se hacía su problema. Susy, aún cuando había luchado mucho por no enojarse y como buena jirafita lo había logrado, no estaba preparada para aguantar esa tristeza que sentía por la manera de ser tratada por el elefantito.

 

Sin decir una palabra más, Susy se levantó en silencio cuan larga era. Era aún muy temprano y los rayos del sol apenas se colaban tímidos por la pradera arrancando ligeros destellos de luz del río.

 

Susy empezó a caminar por la orilla tratando de no hacer ruido para no despertar al resto de los elefantes. Aún así, a lo lejos alcanzó a escuchar la voz de Elefito, gritándole:

 

- Y no regreses con nosotros, patas de árbol.

 

después de esto, Susy ya no escuchó más al pequeño elefante. Había una distancia por cubrir y unos papás a los que les debía una muy larga explicación. A lo lejos, cubierto por la niebla matutina, se veía difuso el contorno de sus dominios, la parte alejada de las tierras oscuras que ya había dejado atrás. Aún faltaba un buen trecho por recorrer, pero Susy la jirafita empezó a andar con entusiasmo porque sabía que, castigo o no, no había nada mejor que el hogar.

 

Detrás de Susy, escondidas en la maleza, dos figuras agazapadas le seguían a distancia. Susy corría peligro de nuevo. 

 


 

Capítulo 12. Deudas pagadas

 

Susy caminaba de prisa. Sus largas patas daban grandes zancadas que la llevaban de regreso a su casa, con sus papás. Eran las primeras horas de la mañana y se sentía descansada y feliz. El alegre sonido del agua del río al deslizarse y chocar con las piedras de la orilla, se sentía como música para sus oídos. A medida que el tiempo pasaba, los árboles y el escenario que rodeaban su hogar se hacía más claro y ya se sentía casi como si estuviera en casa.

 

A pesar de todo, de vez en cuando, Susy volteaba para todos lados para asegurarse de que nadie estuviera siguiéndola, en parte por precaución y en parte porque se sentía observada por alguien desde que dejó la compañía de los elefantes; al principio había pensado que era Elefito que venia para pedirle disculpas por lo grosero que se había portado o para asegurarse que “patas de árbol” no fuera a regresar, pero era imposible que un elefante, aunque pequeño pudiera ocultarse en aquella pradera casi plana; además, él nunca hubiera podido sostener el paso veloz que llevaba desde que partió del lugar donde habían dormido esa noche, así que, poco a poco, había ido desechando esa idea. De cualquier manera, había estado volteando de reojo cada que podía para no llevarse una sorpresa desagradable con algún come-carne.

 

Susy vio los resplandores del sol de media mañana reflejándose en los árboles que bordeaban la ribera del río, los mismos árboles de los que había comido innumerables hojas; que le habían visto rescatar a Tata la rata del río y que habían visto como… casi destruía la casita del tejón.

 

Susy estaba feliz de cualquier manera. No había sentimiento más lindo que volver al hogar. empezó a correr en dirección a la arboleda que se hallaba todavía un poco lejos pero ya visible. Casi podía ver a las ramas agitándose como si le estuvieran dando una ruidosa bienvenida. ¡Estaba en casa!... bueno… casi.

 

La verdad es que la cercanía de su hogar le había distraído un poco y no había notado el peligro que se acercaba. Susy sintió la presencia de los dos leopardos apenas un instante antes de que uno de ellos le mordiera una pierna trasera. Eran el líder y el tercer leopardo quienes le perseguían. El segundo, el que había quedado atrapado entre huesos y piedras, no se veía por ningún lado. Susy siguió corriendo con todas sus fuerzas puesto que en esto se le iba la vida. Era la cuarta vez en dos días que era perseguida y ya casi había dominado la técnica de eludir depredadores.

 

Digo casi porque para la mala fortuna de Susy, cuando giró el cuello para ver si venía el segundo leopardo, su pierna delantera cayó en un hoyo en la tierra que no había alcanzado a ver. Antes de que su pierna cayera por completo dentro del hoyo, la jirafita giro su cuerpo y alcanzó a zafar su pierna, pero este movimiento le hizo caer cuan larga era a un lado de la ladera. Estaba en graves aprietos de nuevo. Esta vez sin embargo, no veía ninguna escapatoria.

 

Los dos leopardos se acercaron silenciosamente a ella deteniendo su alocada carrera. Ambos estaban jadeando y se veía que estaban agotados, pero no dispuestos a ir dejar a su presa.

 

- Nos hiciste batallar jirafita. Sólo espero que el sabor de tu carne valga la pena. – dijo el líder con voz muy bajita pero audible para la jirafita que estaba temblando de miedo. Más que las palabras que salían de su hocico, Susy tenía miedo de la filosa hilera de dientes que mostraba al hacerlo. Caminaba despacio dando vueltas alrededor de Susy mientras se iba acercando a su cuello.

- No me haga daño señor, por favor. – Suplicó la jirafita. Los árboles que antes veía tan cercanos, ahora parecían irse alejando poco a poco de ella. Su hogar tan lejos como los dientes de un come-carne y sus esperanzas tan chiquitas como la distancia que separaba a su cabeza del suelo. 

- Claro que no jirafita. No te haremos daño. No acostumbramos jugar con la comida. Sólo queremos comerte...

 

Y diciendo esto, el líder se lanzó sobre el cuello de la jirafita al tiempo que el otro leopardo se lanzaba por el otro lado. Susy se giró y apenas alcanzó a esquivar la mordida del líder, pero sintió el dolor en su espalda al sentir los dientes del otro leopardo chocando contra ella. Ya no podía volverse a girar pues aún se hallaba en el suelo. La siguiente mordida estaba por ocurrir y la jirafita cerró sus ojitos fuertemente esperando la mortal acometida del leopardo.

 

1, 2, 3, 4, 5…

 

Como si hubiera surgido de la nada, apareció el tercer leopardo, el que había quedado cubierto de huesos y que Susy había salvado, se lanzó contra su líder justo a tiempo para que éste no pudiera morder el cuello de Susy. El líder cayó al suelo, más sorprendido por el impacto que por la fuerza del otro leopardo que aún cojeaba por el accidente en el cementerio de elefantes.

 

- ¿Qué crees que estás haciendo, traidor? – le gritó el líder.

- Estoy saldando una deuda. ¡Déjala ir Leopoldo!

- Claro que no, ¿Cómo te atreves a pedirme eso? ¿Acaso te has vuelto loco? – dijo Leopoldo enseñando sus filosos dientes a su compañero.

- No. Ésto lo hago porque tengo que hacerlo. Ella me salvó la vida. No puedo dejar que la mates ahora.

- No te preocupes, eso tiene arreglo. Yo te la quitaré ahora. – dijo Leopoldo y saltó sobre su compañero. El otro leopardo, el tercero, se había quedado sorprendido sin saber qué hacer y miraba la pelea desigual, olvidando a la jirafita por completo.

 

Con un golpe seco, los cuerpos de los dos leopardos chocaron entre si. Leopoldo, el líder, dio un manotazo en el pecho al otro leopardo que cayó en tierra sobre su pata lastimada y dio un grito de dolor.  Leopoldo volvió a lanzarse sobre su compañero y éste lo recibió con un giro que hizo aullar de dolor a ambos. Uno por su pata que recibió el impacto al caer ambos y el otro porque había recibido todo el golpe de la garra en su hocico. Poco a poco se fue levantando y llegó hasta donde estaba el leopardo lastimado que ya no tenía fuerzas para poderse levantar, visiblemente cansado por el esfuerzo que había hecho con su pata lastimada. Susy seguía en el suelo, vigilada de cerca por el tercer leopardo, quien dividía su atención entre el pleito de sus compañeros y la jirafita.

 

- Despídete aquí. – dijo Leopoldo y levantó su garra para darle un último golpe…

 

De entre los árboles que los contemplaban mientras peleaban entre ellos, surgieron dos bolas de furia en dirección al leopardo. Una de ellas gris oscuro y la otra blanca con rayas negras. Eran Cora y Severino que se lanzaron sobre los leopardos con tal fuerza que los lanzaron lejos de su alcance por un momento.

 

Susy había estado tratando de levantarse poco a poco y al ver a sus amigos sintió la fuerza renacer en ella de nuevo. Logró ponerse apenas sobre sus rodillas antes de que los leopardos atacaran de nuevo. Uno de ellos, el tercero, se lanzó sobre Cora y el líder sobre Severino. Cora recibió al leopardo con un fuerte golpe que le mandó a un lado de su otro compañero herido mientras el líder iba acorralando poco a poco a la pequeña cebra.

 

- ¡Deje a mi amigo señor! – Gritó la Jirafita al ver a Rayas casi a punto de caer en las garras del leopardo. Rayas estaba muy asustado, pero aun así no intentó huir y se quedó quieto esperando el golpe del leopardo.

- Quédate allí, jirafita. Ahora sigo contigo. – dijo el leopardo y se lanzo de nuevo contra Rayas.

 

Esta vez, como si fuera una conspiración contra Leopoldo, quien le cayó encima fue una enorme hipopótamo hembra que con furia le golpeo cuando iba en el aire. Era Pancha, la mamá de Cora. El otro leopardo empezó a retroceder con cautela al ver a su líder en el suelo y el numero de rivales que iba creciendo cada vez que ellos querían atacar.

 

- Lárguense de aquí, asquerosos leopardos. – gritó Pancha con potente voz.

 

Esto bastó para que los dos leopardos salieran despavoridos con la cola entre las patas. El tercero quedó tirado en el suelo, sin fuerzas para levantarse y Pancha empezó a correr hacia él para golpearlo.

 

- ¡Noooooo! – Gritó Susy. - El me ayudó. No le hagas nada.

- Pero es un leopardo. – dijo Pancha parando en seco apenas lo suficiente para no golpear al leopardo.

- No, Pancha. El me ayudó antes de que ustedes llegaran. Es mi amigo ahora.

 

El leopardo le sonrió levemente y con un gesto de dolor aún en su rostro.

 

- Te dije que esto no se iba a quedar así, jirafita. Creo que mi deuda está pagada…

- Te llevaremos para que te cures… - dijo Susy.

- No, déjame aquí. De todos modos, ya no puedo seguir con mi manada. Si logro recuperarme me iré de aquí.

- Pero es que no te quiero dejar solito… - Insistió Susy.

- No estaré sólo, me quedaré con tu recuerdo. Ha sido un placer conocerte. Eres una jirafita linda y amable. Siento haber tratado de comerte antes – dijo con débil voz.

 

Susy sólo lo contempló, indecisa.

 

- Ve, pequeña, yo estaré bien. Lo prometo. – dijo el leopardo levantándose con dificultad y cojeando hacia la orilla del río. – Te has portado muy valiente.

- Creo que mis papás no van a pensar lo mismo ahorita que vuelva con ellos.

 

Pancha, Rayas y Cora se vieron en silencio, pero no dijeron nada. Ya habría tiempo para explicaciones luego.

 

- Adiós señor leopardo. Gracias por todo. – dijo Susy y levantándose se unió a sus amigos y se dirigió a su hogar donde le esperaba una desagradable sorpresa.


 

Capítulo 13. ¡Papá no está!

 

A pesar de que hacía apenas dos días que Susy había huido de su hogar, le pareció que había sido mucho más tiempo. Los mismos árboles, el mismo feo arbusto del cual había intentado comer y en el que había caído cuan larga era pero los veía de una manera distinta. ¡Era su hogar! El mismo que compartía con Cora, con Rayas, con Pancha, con Tata y hasta con ese tejón gruñón que le había hecho perder el control.

 

A lo lejos se veía la figura de su tío Jiralfonso, alto como su padre, con sus enormes ojos fijos en ella; esperando que estuviera a la distancia suficiente para correr a alcanzarla; Hipo y Don Cupo, el hermano y el papá de Cora también estaban junto a él y se veían visiblemente preocupados. Había un toque de tristeza en ese lugar que Susy no entendió en principio a qué se debía.

 

¡Ella había vuelto! ¡Eso debía ser motivo de alegría! Ella estaría dando brincos de felicidad si alguno de los animales de su hogar se hubiera extraviado por dos días y hubiera regresado a su lado. Algo raro ocurría.

 

Jiralfonso corrió para alcanzar a su sobrina. Sus dos largos cuellos se tocaron y se enrollaron en un abrazo de jirafa. Estaba feliz de ver a su tío.

 

- Tío Jiralfonso, que gusto me da verte. – dijo Susy entusiasmada.

- A mi también, mi jirafita… a mi también. ¿Dónde te habías metido? Nos has tenido muy preocupados

 

Susy se había dado cuenta de que la intención original de su huida había sido preocupar a sus papás. Haberlo logrado no le causaba la menor satisfacción. Era una victoria que no le servía para nada.

 

- Tiíto, es una larga historia, pero te prometo que te lo contaré pronto. Estuve a punto de ser devorada por varios animales. – dijo Susy.

- No me digas… Ayyy, mi pobre jirafita lo que has de haber sufrido…

- Ya pasó tío, ya aprendí mi lección. Pero… ¿dónde están mis papás? ¿Siguen aún molestos conmigo?

- No Susy… ellos no están molestos contigo…

- No… ¿entonces… en dónde están?

- Ellos están buscándote, pequeña.

- ¿Me están buscando a mí?

 - No, están buscando los calzones del tejón…. Claro que te están buscando a ti, Susy. ¿Creíste que tus papás no se preocuparían por ti?

- Pero es que hay que decirles que ya estoy aquí.

- Eso va a estar más difícil de lo que te imaginas Susy. Tu papá no está.

- ¿Quéé? – dijo Susy sorprendida.

- Ayer te fuimos a buscar todos. Regresamos al atardecer ya casi de noche, pero tú papá no regresó. Él se fue por su lado hacia las tierras oscuras para buscarte… hoy muy de mañana, Carmen salió a buscarlo y me pidió que me quedara aquí por si regresabas. Me dijo que no te dejara que te movieras de aquí y eso es lo que intento hacer.

- Pero es que mi papá podría estar en peligro…

- Tu papá es una jirafa adulta y sabrá muy bien que hacer si se encuentra en peligro… - dijo Jiralfonso despreocupadamente.

- Pero tío… tengo que ir con él.

- No tienes que ir con nadie jovencita. Las órdenes fueron muy claras; te quedas aquí hasta que vuelvan ellos. Creo que las desobediencias ya se acabaron por hoy.

- Tío, por favor…. Tengo miedo de que algo malo le haya pasado a mi papá.

- Susy… no voy a desobedecer las órdenes que me dio tu mamá. Si quieres convencer a alguien, háblale al río.

- ¡Pero el río no entiende, tíoooo! – dijo Susy pataleando.

- Y yo creo que tú tampoco… Susy… yo creo que tú tampoco entiendes.

- Tío… por favor…

- No insistas. Susy. Ya los preocupaste demasiado yéndote una vez, no habrá una segunda ocasión niña.

- Pero tú puedes ir conmigo…

-No, no puedo cuidar de mí y de una jirafita tan inquieta como tú ante los come-carne. No insistas Susy. Espera a que lleguen ellos acá. – Y dándose vuelta, el tío Jiralfonso dejó a su sobrinita amada triste de nuevo. 

 

Susy trató toda la mañana de obedecer el mandato de sus papás, aunque esto significara que estuviera asomándose cada cinco minutos hacia el rumbo de la pradera para ver si podía ver a sus padres caminando de regreso a su hogar. El sol ya estaba en medio del cielo y no habían regresado aún. Su paciencia se estaba agotando y su corazón era un gran barril donde Susy había metido tristeza, arrepentimiento, culpa y un poquito de confianza de que tal vez todo resultaría bien al final.

 

Cuando el sol dejó de estar en el centro del cielo, la paciencia de Susy dejó de estar dentro de ella. Ya le dolía el cuello de estarse asomando y, aunque al principio tenía sentimientos encontrados pues sabía que sus papás le iban a regañar cuando le vieran, ahora sólo quería que regresaran aunque la colgaran boca abajo en los cuernitos de la luna una noche completita. Después de dar un número incontable de vueltas sobre el mismo lugar, se acercó a su amiga Cora que tomaba el sol a la orilla del río.

 

- Amiga, tienes que ayudarme por favor. – dijo Susy muy angustiada.

- ¿Cómo quieres que te ayude Susy? tus papás dijeron…

- No me importa lo que mis papás dijeron. Estoy segura de que les pasó algo malo Cora. Si no vienes conmigo me iré yo sola.

- Pero tus papás te van a castigar si te vuelves a ir y eso si te deja tu tío Jiralfonso.

- Pues no le pienso pedir permiso y no me importa si me castigan o me regañan o me corren de su lado yo sólo quiero… - dijo Susy con voz quebrada. Estaba a punto de llorar. - … sólo quiero que regresen con bien. – Terminó dejando escapar un largo suspiro.

-  Susy… ¿No te das cuenta de que todos tus problemas son por causa de tu desobediencia?

- Si, lo sé amiga, pero de todas maneras debo buscar a mis papás. Siento mucho volver a desobedecer, pero ésto es algo que tengo que hacer. Si te quieres quedar, lo entenderé… - dijo Susy y sin esperar contestación salió corriendo hacia la dirección de las tierras oscuras como lo hiciera dos días antes.

- Espera, amigaaaa… - dijo Cora al aire. Susy ya no estaba ahí.

 

Con lágrimas corriendo de sus grandes y hermosos ojos hacia sus mejillas, Susy corría como el viento por la pradera. No sabía exactamente a donde iba, pero sabía que tenía que hacer algo, preguntar a los animales de la pradera, buscar hasta por debajo de las rocas, buscar… buscar…

 

Susy se detuvo un momento tras correr ansiosamente por la pradera por mucho tiempo. Estaba a punto de llegar a los bordes de las tierras oscuras y tenía que tomar una decisión. Seguir adelante o regresar para esperar a sus papás. Esta vez su decisión debía ser tomada en base a lo que era mejor para todos. Ya no había caprichos que seguir ni enojos qué mantener. Esta era una decisión importante en la que estaba en juego todo lo que sus papás representaban para ella. Sabía que había peligros en las tierras oscuras, los había vivido ella misma, sabía que tal vez no volvería a ver a sus padres si entraba de nuevo en esa trampa, pero también sabía que había un golpeteo fuerte en su corazón que le decía que debía seguir adelante.

 

Susy sintió el impacto de un animal sobre su espalda. Fue un golpe contundente pero no lo suficiente para hacerle caer. Volteando a ver entre sorprendida y asustada se encontró con el animal que la había golpeado tirado en el suelo. Era un amasijo de blanco con negro desparramado en el suelo.

 

¡Era Rayas! Su amigo Rayas que le había seguido hasta acá. Nunca en la vida se había sentido tan contenta de ver a la pequeña cebra junto a ella.

 

- ¡Rayitas! – Gritó Susy emocionada. - ¿Qué estás haciendo aquí?

- Ando de paseo buscando jirafitas a quienes ayudar… estoy contigo Susy y quería que lo supieras. Si quieres ir a buscar a tu papá, iremos juntos.

 

Susy se sintió profundamente emocionada. Toda su vida había visto a Rayas con un cierto aire de superioridad, pero lo que le había demostrado esa mañana y ahora en la tarde junto a las tierras oscuras demostraba que era un amigo que tenía un corazón de oro y ella nunca lo había notado.

 

- Gracias amigo. Te lo agradezco muchísimo. – dijo Susy. – No te hubieras molestado.

- Eso le dije yo, pero no me hizo caso… - dijo Cora a sus espaldas. Estaba jadeando y sudorosa. – ¿Acaso pensaste que te ibas a divertir tú solita esta vez, jirafita?

- ¡Amigaa, qué alegría! Gracias por venir conmigo. De verdad muchas gracias.

 - Ya, ya, como si no supieras que iba a venir. – dijo Cora.

- ¿A dónde quieres ir Susy? – dijo Rayas que ya se había levantado durante la plática de Cora y Susy.

 

- La verdad es que no sé. Quiero ir a las tierras oscuras a buscar a mi amigo Beto. Tal vez el me pueda decir donde puedo encontrar a mi papá…

- ¿Beto? ¿Quién es Beto? – Dijeron Cora y Rayas al mismo tiempo. Susy sonrió y respondió

- Es un búho que es mi amigo. Ya les contaré después.

- Bueno pues andando que se acaba la tarde. Con nosotros tres nos basta para las tierras oscuras. – dijo Cora. De pronto, se escuchó una nueva voz que dijo:

- ¿Y qué yo no cuento, Susana Jirafina?

Era Carmen, la mamá de Susy.

- ¡Mamáaaa! ¿Dónde estabas mamita? ¿Dónde está mi papá? - dijo Susy al borde de las lágrimas.

- No lo sé hija, lo he estado buscando todo el día y no he podido encontrarlo. Nadie sabe de él en la pradera. Debió haber entrado a las tierras oscuras. Apenas regresé y Jiralfonso me contó todo. Me imaginé que te encontraría por aquí… creía que te perdía, hija.

- No mami. Aquí estoy y te quiero pedir perdón…

- Ya hija, no te preocupes… ya habrá tiempo para explicaciones después. Por hoy lo importante es encontrar a tu padre.

- Si tienes razón mami. Vamos a buscar a papá. Tendremos que entrar a las tierras oscuras.

- En marcha pues, tropa. – dijo Carmen.

 

Y las dos jirafas, la cebra y la pequeña hipopótamo se adentraron en las tierras oscuras mientras la tarde se iba haciendo vieja.


Capítulo 14. Susy y las comadrejas

 

Susy recordaba perfectamente ese lugar de las tierras oscuras a donde se hallaban en esos momentos. Hasta le pareció ver al mismo pajarito con el que se había topado y que no le quiso ayudar porque tenía que dar de comer a sus hijitos. Esta vez parecía traer aún más prisa pues ni siquiera se detuvo cuando Susy le llamó para preguntar por su papá.

 

El sol estaba empezando a hacerse viejo ese día. En las tierras oscuras, el día parecía atardecer más pronto que en la pradera pues había algunas pequeñas colinas que proyectaban sus sombras sobre ese lugar antes de que anocheciera. Susy estaba muy inquieta porque no quería volver a pasar la noche ahí en ese lugar aunque estuviera en compañía de sus amigos y de su mamá. Estaba tan preocupada y pensativa que casi no escuchó la pequeña voz que le llamaba desde un pequeño árbol que se agitaba con todo y sus ramas.

 

- Hey jirafita…. Pssst, psst aquí…

- ¿Qué pasa?, ¿quién me llama?

- Jirafita, soy yo… - Era la comadreja que le había llamado cuando la descubrieran las leonas el día anterior.

- Hola comadreja, ¿Cómo estás? – dijo Susy.

- Viva y eso ya es ganancia. Gracias por salvarme de las leonas. – Le agradeció la comadreja haciendo un teatral gesto hacia enfrente.

- Hmmm, de nada, fue un placer… creo. – dijo Susy sin saber que contestarle a la comadreja. En realidad, ella no le había salvado sino que las leonas habían preferido correr tras ella en vez de la comadreja. Si ella pensaba que eso era salvarle, no la sacaría del error.

- ¿Qué haces aquí, jirafita? No acostumbramos ver jirafas por este rumbo muy seguido y ahora hasta trajiste compañía. – dijo la comadreja volteando a ver a Carmen, a Cora y a Rayas que se hallaban un poco lejos de ellos.

- Es mi mamá y ellos son mis amigos. Estamos buscando a mi papá. ¿No lo habrás visto tú?

- ¿Y cómo es tu papá?

- Bueno… es como yo, pero más grande. Más grande aún que mi mamá.

- Yo no lo he visto pero… déjame ver… ¡Poncho!… ¿tú no has visto a una jirafa por aquí?

 

- Pues sí… - dijo Poncho saliendo de una madriguera que se hallaba detrás del árbol de donde la otra comadreja le llamaba. Los ojos de Susy brillaron.

-¿Sí… cuándo? – Preguntó la otra comadreja

- Pues ahorita. Ella es una jirafa y la otra grandota también ¿no?

- Ah como serás menso, Poncho. Me refiero a otra jirafa.

- Ahh, quieres decir algo así como antes de hoy o de ahorita, Comi…

- Pues si. – dijo la comadreja que se llamaba Comi.

- No, pos no. – dijo Poncho.

- Yo tampoco he visto nada, lo siento amiga. Y gracias de nuevo por salvarme. Si puedo ayudarte en algo más…

- No, no te preocupes, seguiremos buscando a mi pap… - dijo Susy.

- Oye Comi… ¿en la mañana cuenta como hoy o como antes?   - dijo Poncho rascando su cabeza con su pequeña garrita.

- ¿Por qué lo dices? – dijo Comi.

- Pues porque si cuenta como hoy entonces sí, pero si cuenta como antes entonces no…

- No entiendo, Poncho. Ya vas a empezar con tus cosas… - dijo Comi impaciente. – Y lo que es peor, enfrente de las visitas.

- Oh, pos es que me confundes, tú. Nunca me hablas por lo derecho…

- Gracias amigos comadrejas. – dijo Susy intentando retirarse. Tenían que seguir buscando y apenas quedaba tiempo antes de que anocheciera.

- ‘tá bueno pues… no te voy a decir de la jirafa de la mañanita. – dijo Poncho. Susy se detuvo en seco.

- ¿La jirafa de la mañanita? ¿Qué quieres decir? – Preguntó.

- Pues es que hoy en la mañanita, apenas había salido el sol y me fui a tomar agua a un estanquito que está por aquí cerquita. El que tiene las flores azules en la orilla, Comi. ¿Sí sabes cuál?

- Si, Poncho – dijo Comi impaciente.

- Ése donde se cayó mi compadre Wisol cuando andaba de visita…

-Sí, Poncho. Sí sé cuál es, continúa por favor… - le interrumpió Comi.

- Bueno, pues ahí estaba una jirafa grandotota, más grande que tú que ya de por si estás bien grandota, no como nosotros que estamos bien chaparros…

- Sigue Poncho, ¡caramba! – dijo Comi de nuevo.

- Bueno pues, no me apresures. Hieres mis sentimientos cuando haces eso ¿sabes Comi?

- Por favor señor, continúe. – dijo Susy desesperada.

- 'tá bueno, niña. Nomás porque tú me lo pides, porque lo que es a éste, no le voy a dar ni el saludo. Es un pelado majadero y no sé ni siquiera por qué lo sigo considerando mi amigo, mi madre me decía que debía elegir mejor a mis amig…

- Por favor… - dijo Susy de nuevo.

- Bueno pues ahí estaba yo tomando agua, muy tranquilito cuando llega la jirafota y se pone a tomar agua también. Yo no tenía miedo porque he escuchado que las jirafas no son come-carne.

- Si. No lo somos. Y ¿qué pasó después, Señor Comadreja?

- Llámame Poncho. Así me dicen todos por aquí.

- Bien Pocho. ¿Qué pasó después?

- No, no. “Pocho” no… “Poncho” con n. PONNNNCHO. A veces se confunden y me llaman Pancho también, pero no me llamo así…

- Por favor Poncho, ¿qué pasó con mi papá…? - Pidió Susy, estaba a punto de un ataque de nervios.

- Bueno, pues ahí estaba muy tranquilito tomando agua del estanque donde se cayó mi amigo Wisol, cuando se acercaron unas hienas con la jirafa.

- ¿Unas hienas? – Preguntó Susy con ojos enormes como plato.

- Si, son unos animales que siempre se están riendo con una sonrisa bien burlona. No sé de que se ríen si apestan y están horribles…

- Si sé lo que son las hienas. – dijo Susy. - ¿Qué pasó después? – Su mamá y sus amigos se habían acercado y estaban también escuchando lo que le decía Pocho, perdón quise decir Poncho. 

- Bueno, pues ahí estaban las hienas con la jirafa y como yo soy medio curioso, me empecé a acercar poco a poquito con ellos para escuchar lo que decían, como estaba detrás de una planta de flores azules de esas que crecen junto al río, no me podían ver y lo escuché todito, todito…

- ¿Y qué estaban diciendo? – Preguntó Susy.

 

La comadreja se levantó como si tuviera un largo cuello y con voz grave trato de imitar la voz del papá de Susy.

 

“¿Entonces… ustedes saben a dónde se fue la jirafita?” – dijo Rafa - Poncho

 

Poncho dejó de levantar su cuello y rio con una sonrisa boba como la de las hienas. Por la cara que puso parecía que estaba imitando a Tango, el líder del grupo de las hienas.

 

“Si, sabemos para dónde se fue. No está lejos de aquí”

“Y ¿dónde está?” – Preguntó Rafa en la voz de Poncho.

 

Susy estaba imaginando la escena como si ella misma hubiera estado ahí.

 

“Está en un lugar muy peligroso para las jirafas. No sé si tengas el valor de ir hasta allá…”  dijo Tango en la imaginación de Susy y la voz de Poncho.

“Tengo que ir por ella, Es mi hijita. Me urge ir con ella.” dijo Rafa - Poncho con desesperación. 

“Y a nosotros también. Somos hienas, pero nuestras pancitas no están llenas. Tenemos hambre.” dijo quien seguramente era Tripas - Poncho.

 “¡Tripas! Guarda silencio.” dijo Poncho imitando a un exaltado Tango.

“Oh, pues tengo hambre Babo. ¿tú no tienes?”

“No me llamo Babo, ya te lo he dicho muchas veces”

“Está bueno, Tango cara de chango…”

“Ah, no tengo tiempo para esto. ¿vienes o no vienes, jirafa? – dijo Tango - Poncho a Rafa.

“¿Dónde está ella?” Preguntó la comadreja en el papel del papá de Susy. 

“En un cementerio de elefantes que está aquí cerca.  Creo que está atrapada y no puede salir de ahí…“ dijo Tango - Poncho.

 

Poncho dejó de imitar las voces al ver la cara pálida de Susy.

 

- ¿Qué tienes jirafita? – dijo con su voz normal.

 - ¿El cementerio de elefantes? Es una trampa… - dijo Susy casi para si misma.

- ¿Qué quieres decir hija? – Preguntó Carmen al ver la preocupación de su hija.

- Mamá, tenemos que ir allá pronto. No tenemos tiempo que perder. Gracias señor Poncho.

- De nada. Fue un placer ayudarte niña.

- Gracias Poncho- dijo Comi también.

- Tú cállate, no quiero hablar contigo. – Y sacando su lengua, se dio la media vuelta y se metió de nuevo a su madriguera. Comi sólo sonrió y, despidiéndose de nuestros amigos, le siguió.

- Espérame Ponchito, no te enojes…

- En marcha niños - dijo Carmen a Rayas y a Cora al ver cómo Susy salía disparada hacia el cementerio de elefantes.  


 

Capítulo 15. Papá y las hienas cochinas

 

Cuando Susy y la comitiva llegaron al cementerio de elefantes, ya casi había anochecido. Los montones de huesos parecían estar desparramados en parte por el rescate de los elefantes que habían abierto un boquete para sacar a Susy y otro para sacar al leopardo que estaba atrapado la noche anterior, pero aún se veía más desordenado, como si hubiera habido una nueva avalancha de huesos.

 

Con la poca claridad del día que quedaba, Susy pudo ver a cuatro figuras agazapadas entre los huesos que esperaban pacientemente. Eran las cuatro hienas que le habían atacado y perseguido en varias ocasiones. De su papá, no se veía ni rastro.

 

Las cuatro hienas miraron a Susy la jirafita y empezaron a sonreír, pero se congeló su sonrisa cuando vieron que justo detrás de ella llegaron la hipopótamo, la cebra y su mamá jirafa. Era algo que ellos no habían previsto y que parecía que podía echar a perder sus planes.

 

- ¿Qué están haciendo aquí hienas? ¿Dónde está mi papá? – Les gritó Susy.

 - ¿Por qué tendría que saber en donde está tu papá, niñita? – dijo Tango.

- Porque ustedes lo trajeron hasta acá. Lo sabemos todo. – Les reclamó Susy.

- Jajaja. ¿Entonces si lo sabes todo porqué nos preguntas por tu papá? – dijo Tripas.

- Porque ustedes saben en donde está. – dijo Susy.

- pero tú no lo sabes, jirafita. – le contestó Tripas con gesto triunfal. - ¿ya ves cómo no sabes todo, niñita?

- No sabes quienes están con nosotros también. Ahorita llegarán las leonas… - Intercedió Luba.

- No es justo. – dijo Gensa. – Dijimos que la jirafa iba a ser sólo para nosotros y que no la compartiríamos con nadie. ¿Quién llamó a las leonas? ¿Quién las llamó? Exijo saber quién las llamó ahora…

- Gensa, cómo eres mensa. Era para que se asustaran y se fueran de aquí. No van a venir las leonas – dijo Luba dándole un manotazo en la cabeza.

- Oh pues explícate pues. – dijo Gensa, mientras se sobaba.

- Bien Jirafitas. Ahora ya lo saben. ¿Qué piensan hacer acerca de esto? – dijo Tango a Carmen y a Susy.

- Por lo pronto darles una lección a ustedes cuatro. – dijo Carmen acercándose a donde estaban las hienas. Caminaba con un poco de torpeza al tratar de esquivar la alfombra de huesos regados por todos lados. Las hienas reían al ver los intentos fallidos de la jirafa.

- Déjame a mi Carmen. – dijo Cora y arremetió contra el montículo de las hienas. Estas cayeron entre el montón de huesos y piedras que se derrumbaron con el golpe de Cora.

- Gracias Cora, ahora verán estas ratas asquerosas…

- No son ratas, mamá. Las ratas y los ratones son buenos y nos ayudan. Estas hienas son peor que cualquier cosa. Son unas hienas cochinas – dijo Susy esperando que sus amigos se encontraran por ahí.

- Aquí entre nos, el que no se baña es Babo. Yo si. – dijo Tripas aún retrocediendo. Estaban atrapados y Susy y sus amigos iban cerrando el círculo poco a poco.

- Por favor… no nos coman. – dijo Gensa.

- No seas mensa, Gensa. Ellos no comen carne. – dijo Luba.

- Entonces, no nos hagan daño. – Sólo queremos comer… - repitió Gensa de nueva cuenta.

- Ahora te vas a comer tus dientes. – Le amenazó Cora.

 

Susy paró de pronto. Escuchó un leve quejido detrás de los huesos que cuidaban las hienas. Era apenas una vocecita que se apagaba a ratos, como si fuera un radio defectuoso.

 

- Un momento… ¿escuchan algo? – Preguntó Susy.

- Yo no escucho nada. – Le contestó Tripas.

- A ti no te estoy hablando, hiena asquerosa.

- Ah bueno pues. Lo que tú digas. Nada les parece a estas jirafas. – Respondió.

- Si hija. Está del otro lado. – dijo Carmen y se apresuró a pasar junto a las hienas.

 

Las cuatro se quedaron esperando que Carmen les atacara, pero ésta pasó de largo sólo siguiendo el rumbo que le marcaba el ruido que habían escuchado. Susy y sus amigos pasaron también junto a ellos y al ver que no les harían nada, salieron corriendo de ahí, debo decirlo, con la cola entre las patas. Su plan se había estropeado.

 

Carmen llegó al lugar de donde provenía el ruido. La tarde se estaba queriendo volver ya noche y el sol apenas iluminaba el lugar. Carmen tuvo que ajustar mucho sus ojos para ver lo que había entre el montón de huesos que las hienas habían dejado caer esa mañana. Habían provocado una nueva avalancha y dentro de esta se hallaba Rafa con una buena parte de los huesos que habían caído por causa de la avalancha encima de él. Había sido emboscado por las tramposas hienas y ahora se hallaba atrapado sin poder salir por su propia cuenta.

 

Susy llegó corriendo hasta donde se hallaba su papá. Al verlo, se le hizo un nudo en la garganta. Sobre su largo cuello le había caído un costillar de elefante. Tres de sus cuatro patas no se alcanzaban a ver pues estaban totalmente cubiertas de huesos y la cuarta hacía inútiles esfuerzos por sacudírselos. De verdad estaba atrapado. Su estomago se agitaba hacia arriba y hacia abajo por el esfuerzo que había estado haciendo todo el día por liberarse y sus ojos estaban casi cerrados por el cansancio.

 

Rafa sonrió al ver a su hija. Era una sonrisa muy cansada, pero sonrisa al fin.

 

- Tenía mucho miedo de ya no volverte a ver, hijita. – dijo Rafa con una voz muy débil.

- Yo también. Tenía miedo de no regresar y verlos. Perdóname papá. Todo ésto ha sido mi culpa.

- Calla mi princesa, no tenemos que buscar culpas, sólo estoy contento porque te he vuelto a ver a ti y a tu madre.

- Es que me siento muy mal por verte así por mi culpa, papá.

- Por ti hubiera venido muchas veces a buscarte, hijita. A las tierras oscuras y a donde hubieras ido. Sólo pedía a la Gran Jirafa que tú estuvieras bien y que me concediera volverte a ver una vez más…

- Papá…

- No hijita, estoy bien. Parece que mis súplicas fueron escuchadas. No sabes lo contento que estoy de verte,  mi hermosa Susy.

- Papito, no quiero que te mueras.

- Ya no hay nada que puedas hacer, hijita. Todo acabó.

- No papá, no es cierto. Debemos creer en nosotros mismos. Debemos poder hacer algo.

- Es inútil mi niña… - dijo Rafa con su débil voz.

- Mamita, dile que se pondrá bien… díselo por favor. – La luna resplandeció sobre el rostro de Susy arrancándole un destello a la lágrima que escurría por su mejilla. El sol ya se había ocultado por completo y el lugar estaba tan oscuro como el corazón de Susy al ver a su padre ahí, indefenso bajo un montón de huesos secos.

- Hijita… será lo que la Gran Jirafa quiera… - dijo Carmen con un nudo en su largo cuello. Apenas podía hablar.

- Es que yo no quiero que se muera, mamita. – Clamó la jirafita.

- Acércate Susy. Quiero decirte algo… - dijo Rafa apenas en un susurro.

- Dime papá…

- Susy, hace tiempo, la Gran Jirafa nos mandó un regalo a tu mami y a mí. Fue el mejor regalo que nos pudo haber dado, ¿sabes?

- ¿Un regalo? ¿Qué les regaló la Gran Jirafa? – Preguntó Susy extrañada.

- Una jirafita preciosa que apenas se podía sostener paradita, supimos desde que te vimos que eras especial. Que eras una jirafita especial y linda, llena de cosas bonitas…

- Papito… no hables, te vas a cansar… - dijo Susy al ver a su papá agitado. Apenas podía ver su rostro en la pálida luz de la luna.

- Está bien hijita, no te preocupes. – dijo Rafa y siguió hablando. – No dejes que todo lo bonito que tienes y que eres se deje de ver por causa de enojos y desobediencias.

- Si papito… te lo prometo, pero no te mueras, por favor. Te necesito.

- ¿Recuerdas lo que te dije de tu árbol? – preguntó Rafa.

Susy asintió con la cabeza.

– Pues nunca dejes que se quede sin hojas. No pierdas las hojas de tu árbol, hijita.

- No las perderé papi… pero no me dejes.

- Eso es todo, mi niña linda. Eso es todo lo que te puedo decir y también que te quiero mucho. Siempre te hemos querido y todas las veces que te hemos regañado Carmen y yo han sido sólo trocitos de amor para ayudarte a sostener las hojas de tu árbol…

 

Rafa calló. Susy tomó el costillar que le aprisionaba con su hocico y estiró sus largas piernas lo más que pudo para poder liberar a su papá.

 

- ¡Ayúdenme por favor! Necesito ayuda para quitar esto.

 - No podemos Susy. Acéptalo. No somos tan fuertes.

- Si somos fuertes, tenemos que poder. Tengo que creer que podemos, ¡mamita!

 

Carmen, Rayas y Cora se acercaron a Susy y trataron de tomar el enorme costillar entre todos. Con muchos esfuerzos, Susy lo levantó una buena distancia sintiendo que sus labios se apretaban con dolor contra el hueso. No le importó. Siguió jalando y tratando de levantarlo un poco más para moverlo y que dejara de apretar el cuello de Rafa. Sintió su boca entumida y casi ni se dio cuenta cuando el costillar se resbaló de su boca y cayó de nuevo sobre el cuello de su padre con un golpe seco que hizo toser a Rafa.

 

- ¡Tengo que poder, tengo que poder!  - Gritó Susy hacia el cielo, hacia la luna que como un gajito de luz le contemplaba.

 

Su papá dio un largo suspiro y cerró sus ojos.

Capítulo 16. Las hojas del árbol de Susy

 

Susy sonreía. Quien hubiera visto a Susy la jirafita tomando el sol esa tarde hubiera entendido porque todos se sentían tan orgullosos de ella. Sus grandes ojos negros brillaban con la luz del sol y sus grandes manchas cafés desparramadas sobre su cuerpo amarillo oscuro la hacían verse como la hermosa jirafa en que se estaba convirtiendo. Susy sonreía porque tras dos días de estar acarreando piedras y lodo del río junto con sus amigos Cora y Rayas había por fin terminado. Su misión estaba concluida e, inflando su pecho con orgullo, gritó:

 

- ¡Tejón, ya puedes salir!

 - Tejón feliz, tejón gusta sorpresa. – dijo el Tejón al salir y ver la obra de Susy y sus amigos.

Susy, Cora y Rayas habían construido una cerca hecha de piedras y lodo alrededor del tronco del árbol donde vivía el tejón para protegerlos de alguien que pudiera pisar cerca de su hogar y pudiera dañarlo sin querer.

 

- Tejón quiere a Susy, Tejón quiere mucho a Susy. – Chilló el tejón. Susy sonrió y soltó una carcajada alegre y contagiosa.

 - Y Susy también quiere a su amigo Tejón. – Le respondió Susy.

- Tejón tiene sorpresa para Susy, para todos. – dijo el tejón metiéndose a su madriguera. Tras un momento salió, seguido de dos pequeños tejoncitos que se acercaron a los pies de Susy y empezaron a jugar con ella. Susy estaba feliz de verlos. Ahora entendía por qué el tejón tenía sueño  siempre y por qué cuidaba su casa con tanto celo.

- Felicidades Tejón. Eres un gran amigo.

- Tejón sabe, tejón lindo. Susy, Dayas y Co’a amigos lindos. – Tejón no podía pronunciar bien los nombres de Rayas y de Cora, pero eso no les importaba. Habían hecho a Tejón su amigo y le aceptaban como era.

- Estoy feliz amiga. – dijo Susy a Cora.

- Lo sé amiga. Se te nota. – Respondió Cora jugando con uno de los dos tejoncitos que le agarraba su enorme nariz.

- Sólo hay alguien que me hubiera gustado que estuviera aquí y no está.

- Si, mi amiga, lo sé, pero no te preocupes. Tú y yo sabemos que así tenía que ser. – dijo Cora.

- Si, lo sé, pero de todas maneras me pone un poquito triste pensar en… tú sabes quién.

- Pero ya sabes que ‘tú sabes quién” está mucho mejor allá en donde está ahora que aquí.

- Si, lo sé. Por eso no me pongo tan triste. Por eso también me pongo contenta. Fue lo mejor que le pudo suceder.

- Y nada de eso le hubiera sucedido si no hubiera sido por ti ¿sabes?

- Si, creo que tienes razón, si no, ¿cómo se hubiera podido reunir Tata con sus papás?, ¿verdad?

- Claro amiga, ya no te preocupes por Tata, ella está muy bien con sus papás ahora. ¿Dijiste que ya se habían salido de ese horrible lugar de los huesos de elefante?

 

Susy asintió en silencio, volteando a ver hacia la orilla del río. A lo lejos, su mamá y su papá le saludaron agitando su largo cuello.

 

- Tuve mucho miedo de que mi papá se hubiera quedado enterrado ahí entre esos huesos ¿sabes Cora?

 - Si, estabas toda desesperada y no sabíamos que hacer hasta que llegaron los elefantes.

- Si, sin ellos no lo hubiéramos podido liberar.

- Pero… ¿cómo fue que llegaron los elefantes tan a tiempo, Susy?

- Lo que pasó fue que cuando las hienas causaron la avalancha de huesos y mi papá quedó atrapado, los papás de Tata se acercaron con él y le preguntaron que si él era mi papá. Papá les dijo que si y que estaba atrapado. Ellos le dijeron que irían a buscar ayuda para que lo liberaran, pero no encontraban a nadie. Corrieron todo el día por el río hasta que se encontraron a los elefantes. Ellos no sabían que hacer, tenían miedo de que los elefantes los vieran ahí y se espantaran y los aplastaran. José Ratón era el que tenía más miedo…

- ¡Ay mamá Ratonchela! – Gritó Cora imitando al Ratón. Susy rio de su broma y siguió platicándole el cómo había sido la historia de los ratones.

- Si, así estaba Joserra. Estuvieron un buen rato ahí hasta que se acercó Elefito a tomar agua al río. Al verlos, quiso correr, pero Ratonieta le llamó y le dijo que necesitaban de su ayuda.

- ¿Ratonieta le habló a Elefito? – dijo Cora sorprendida.

- Si, dice Ratonieta que tenía mucho miedo, pero cuando vio que Elefito le ponía atención a lo que decía, dejó de temerle y le explicó lo que pasaba.

- ¿Y qué pasó después? – dijo Cora.

- Pues que Elefito les habló a sus papás y les explicó lo que le había dicho Ratonieta. Al principio no le creyeron, pero luego, al ver a Ratonieta y a José Ratón terminaron creyéndole y decidieron regresar al cementerio de huesos para poder ayudar.

- ¿Entonces tu papá le debe la vida a Elefito? – dijo Cora con los ojos semi-cerrados sacando conclusiones.

- Si, supongo que así es. ¿Quién lo hubiera pensado no?

- Y tú que te burlabas de él… ¿cómo le decías? “Bola de grasa con manguera”

- Ya amiga… eso ya pasó. – dijo Susy haciendo pucheros de jirafita regañada.

- Si, ya sé Susy. Estás haciendo hojitas de árbol o ¿cómo dices tú?

- Le estoy poniendo nuevas hojas a mi árbol.

- Bueno, eso que tú dices.

- Hola amigos. – dijo Rayas llegando a todo galope. – Ahí vienen los elefantes. ¿No quieren ir a verlos?  

- No Rayas amiguito… no creo que sea una buena idea. – dijo Susy. Aún recordaba cómo había sido la última vez que había visto a Elefito y no quería volver a pelear con él ni con nadie.

- Pero antes te gustaba…

- Antes, Rayitas. Antes hice muchas cosas que no estaban bien. Ya no quiero hacerlas más.

- ¿Y eso por qué, Susy?

- Porque, como dice mi amigo Beto, es mucho más importante ser linda por dentro que por fuera. La belleza interior es la que te hace retener a los buenos amigos. 

- Si, creo que tienes razón. ¿Y qué pasó con tu amigo Beto?

- Lo vi en el cementerio de huesos el día que rescatamos a mi papá. Escuchó todos nuestros gritos…

- Tus gritos querrás decir… - dijo Rayas sonriendo.

- Si, como quieras quesito rayado, jijijiiji.

- ¿Y qué te dijo? – Preguntó Cora.

- dijo que se alegraba mucho de verme y ver que mi papá estaba bien. Que siempre seriamos amigos, aunque no nos veamos muy seguido. Me dijo que los grandes amigos permanecen a pesar de la distancia y que nosotros éramos ese tipo de amigos.

- ¿Y ya no lo has visto? – Preguntó ahora Rayas.

- No, pero no importa. Él me dijo que todas las noches iba a ulular para mí. Que cuando escuchara su sonido, supiera que él estaba pensando en mí y yo en él.

- ¿Y tú no sabes ulular Susy? – dijo Rayas de nuevo.

- No sé ni siquiera cantar y tú quieres que ulule.

- Pero sabes bailar…

- Eso sí, mientras no baile encima de la casita del tejón…

 

Los tres soltaron una gran carcajada.

 

- Hola Susy. – dijo una voz detrás de ellos. Susy volteó y se encontró frente a Elefito.

 - Hola Elefito… te quería decir que…

- No, Susy, yo te quería pedir disculpas por haber sido tan grosero contigo aquel día.

- No te apures Elefito, sé que estabas molesto por lo grosera que fui…

- No Susy, no me quiero justificar, te quiero pedir perdón porque tú me pediste perdón primero y yo no lo quise aceptar. Me convertí en el grosero en lugar de ti.

- Está bien, te perdono y a la vez te doy las gracias. – dijo Susy.

- ¿Y gracias por qué? – dijo Elefito confundido. No sabía de algo que hubiera hecho bien últimamente y que mereciera que Susy le diera las gracias por ello.

- Por haber salvado a mi papá. – respondió Susy.

- Ah, eso. En realidad, fue mi papá y mi tío quienes lo rescataron. – dijo Elefito.

- Si, pero ellos nunca lo hubieran hecho si tú no hubieras hablado con los ratones.

- Bueno, sí, supongo que tienes razón. Entonces qué… ¿amigos?

- Claro, será un honor para mí ser amiga de un elefantito tan lindo como tú. – dijo Susy moviendo sus grandes ojos con coquetería.

- Bueno, entonces nos vemos porque ya me está buscando mi mamá. Ya oscureció. Adiós amigos – dijo Elefito y se alejó balanceando su grueso cuerpo en esa noche que apenas iniciaba.

- Yo también ya me voy amiga. Cuídate. – dijo Cora yendo hacia donde se hallaban sus padres y su hermano Hipo.

- También yo Susy. También yo me siento feliz de tener una amiga como tú. – dijo Rayas. – Adiós amiga. Que descanses.

- Tú también descansa, rayitas. Te quiero mucho amigo. – respondió nuestra amiga Susy.

- Susy hija ven a cenar. – le gritó su madre.

- Ahí voy mamá.

 

Susy empieza a caminar en dirección a donde se hallan sus padres y su tío Jiralfonso. A lo lejos se escucha el ulular de un búho. Susy no sabe si es el llamado de su amigo Beto, pero escoge pensar que si lo es o que al menos él está pensando en ella tal como ella piensa en él.

Beto es su amigo, es el búho que le enseñó que la verdadera belleza es la que nace de lo más profundo del corazón; el búho que le enseñó que belleza rima con nobleza, igual que amigo rima con abrigo y verdad con humildad. Todas estas cosas que te ayudan a mantener un árbol frondoso y lleno de verdes hojas en la pradera más verde de todas, la pradera de tus sentimientos.    

 

Fin

 


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