Cáceres


Ahora que la voz del merolico
y tus alegres cantos de banqueta
sutiles se apagaron con la noche;
ahora que el silencio sabe a estrella,
las calles de tus brazos, negro asfalto
que corre solitario por tus venas,
se abrazan dulcemente de tus torres
y adopta su papel de guardavela;
oigo tus voces, como heraldo viento
que viene a proclamarnos tus proezas.

Esas calladas voces de concreto
que miran con nostalgia hacia la historia,
con sus ojos de bardo y de juglar,
elevan con el viento tus memorias.
Y duermes al arrullo de la noche,
atalaya discreta y soñadora,
con tus pieles de muros abatidos,
que beben siglos y nos dan las horas
en el viñedo de tu pueblo viejo,
que canta, que hipnotiza y que te nombra.

Ahora que la vida se ha cerrado,
te vistes con la túnica del tiempo,
asomas al contorno de tus valles
y vuelves lentamente a tus recuerdos,
porque el tiempo se viste de paciencia
pero el latir de la memoria es necio.
Recuerdas esas hojas como lenguas
que arroban tus tejados con su fuego
como rojo obituario del estío,
o alfombra que recibe a tus inviernos.

Te miro cobijada en el abrigo
de campos de cerezos en tus valles,
cuando llega a tu piel la primavera,
curando las mordidas de la tarde.
y así dormida en paz, bajo la luna,
ansiosas por saber de tus cantares,
te asedian incesantes mis palabras,
como niños que buscan a su madre,
para dejar un verso en tu regazo
a cambio de un atisbo a tus verdades.


Háblame tú, del implacable moro
que pisoteó tu piel bajo sus plantas,
la sangre valerosa de tus hijos
cayendo con valor bajo su espada;
Que no caiga en las garras del olvido
tu carne herida al golpe de metralla
del dictador que le gruñó a la vida,
cuando en las horas del ayer sangrabas,
ahogando entre tus torres los sollozos
que laceraban trozos de tu alma.

Dime, Cáceres, tú, de los postines
que fueron emergiendo de tu espalda
mirando al mundo y desafiando al viento
bajo la extensa ocupación romana.
Si te apetece abrimos esta noche
la historia que tendrás muy bien guardada
del llanto que mojaron tus caminos
bajo el rudo fragor de esas batallas,
esos nichos que yacen atrapados
en los arcos que flanquean tus entradas.

Cuéntame de tus planes de futuro,
y arrulla con anécdotas mis sueños
antes que nos sorprenda la mañana;
en la tertulia de un sutil desvelo,
que cuando el sol nos abra sus alforjas
y prenda su candil de forastero,
tú habrás de despertar a tu destino,
de maternal vigía de los tiempos,
y yo, pluma en los pliegues de un segundo,
yo habré de dormitar entre mis versos.

- Javier

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