¡Calla!

Calla mujer, no digas más ¡por Dios!
no alargues este adiós con más palabras,
que voy cerrando heridas, no las abras
con el dulce sonido de tu voz.

Calla el adiós que asoma a nuestro nido;
calla el trinar marchito de las aves
y el lento navegar de nuestras naves
en su largo camino hacia el olvido.

Calla el dolor clavado entre mis sienes
y la vetusta soledad de mi alma,
calla el susurro de una mar en calma
que murmura tu nombre en sus vaivenes.

Calla el gemido de esta luna atada
al dulce verso que en tu faz se posa
¡líbame el alma misma, mariposa!
y arrójala a los vientos de la nada.

De lo que hay que saber se dijo todo,
de lo que pudo ser no queda nada,
destellos de una luna desahuciada
que busca en nuestras noches acomodo.

Tan sólo restos de un amor cautivo
que trata de alejar de su fracaso
la suave luz del sol de nuestro ocaso,
y el verso del adiós que aun no te escribo.

Sólo calla mujer, marcha en silencio
que tus palabras hieren como dagas,
guárdalas en tu mente, no deshagas
esta precaria paz que reverencio.

Ya habrá noches sin fin cuando procure
el eco de tu voz como espejismo
que pinte de ilusión al cielo mismo
y no haya una mentira que me cure.

Sabes que irás conmigo a donde vaya,
en el dulce recuerdo que se acerca
con el fulgor de nuestra luna terca,
pero esta noche, amor, tan sólo calla.

- Javier

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