La muerte me mostró sus negras fauces
cuando sangré de amor, cuando te fuiste
envuelta en un rumor de noche triste;
mas yo, que sigo en pie como los sauces,
que he visto en tus pupilas el destierro,
atenderé a las voces que me llaman
de sueños que a las penas embalsaman,
y llevan mitos grises a su entierro.
Porque al final del rastro de cristales
que deja cada lágrima furtiva,
mas allá de un poema a la deriva,
vagando en este mar de vendavales,
yo sigo siendo luz, que no tinieblas
como ladrón de versos en la noche;
porque soy la sonrisa en el reproche,
y el huerto en el Edén que ya no pueblas.
Si al borde de tu adiós me viste a punto
de lapidar mi vida en tu abandono,
no temas, no hay rencor, yo te perdono
desde la tumba de un amor difunto
que quiso ser amigo y no adversario
de tus sueños cansados, ya sin fe;
no sufras mas por mí, yo sigo en pie
enhiesto como un sauce milenario.
- Javier
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